Istria la dulce
Puertos de postal, ruinas, trufas de más de un kilo y pasteles que se llaman 'giselle'. Pintoresca y hedonista, la península croata con las playas más limpias
Esa península en forma de corazón es un mundo aparte. Un eslabón entre la Croacia patria y la Italia risueña. El color tiene algo de italiano, muchos hablan (y se enseña en la escuela) ese idioma, los topónimos aparecen en croata y en italiano... Los últimos italianos se fueron de Istria después de la Segunda Guerra Mundial. Se ve que les gustaba; los romanos habían llenado el territorio de templos, villas o teatros; luego los venecianos clonaron campaniles y sensualidad de la República Serenísima. Pero fueron los aristócratas austrohúngaros los que inventaron aquí el turismo, en los cien años en que su imperio dominó Istria. Ahora llegan más de tres millones de turistas al año, casi un tercio de cuantos visitan el país. Un país cada vez más abierto: desde hace año y pico, los extranjeros pueden comprar tierras en Croacia y tienen más fácil el papeleo para abrir hoteles o negocios.
Los pioneros del turismo venían por lo mismo que ahora llegan las flotillas de aviones low cost: el ambiente mediterráneo (aunque el mar se llame Adriático), el paisaje primordial, suavemente montuoso en su interior, poblado por bosques, olivos y viñedos. Azul y transparente en el litoral. Perfumado de salvia, lavanda, romero o el aroma callado de higueras y limoneros. No es de extrañar que los placeres del estómago sean banderín de enganche: trufas casi todo el año, blancas primero y luego negras, aceite y vinos que se dan a catar en selectas liturgias para fieles del agroturismo, que en Istria, sin fábricas, es una religión. Los placeres del espíritu incluyen, amén de ruinas y perspectivas, algo tan exquisito como el canto dual o la escala istriana, declarados hace meses patrimonio inmaterial de la humanidad.
Los enclaves marinos acaparan, claro está, el apetito viajero, con poblaciones de postal, como la amurallada Novigrad, como Vrsar o Rabac. Pero una trinidad excelsa aventaja al resto: Porec, Rovinj y Pula. Porec enamoró a los romanos, cuyos templos brotan por los jardines entre adelfas y cipreses. Fue, sin embargo, en época bizantina cuando se alzó la basílica de Eufrasio, una gema del siglo VI con mosaicos solo comparables a los de Rávena; es también patrimonio de la Unesco. Porec, que tiene censados unos 17.000 vecinos, multiplica por seis o siete sus parroquianos en el estío. Los barcos tardan poco más de una hora en tocar Venecia. Y sus playas han sido premiadas ocho veces como las más limpias de Croacia.
Casas polícromas
En Rovinj hay que frotarse los ojos al llegar, y más si está amaneciendo, o al atardecer. Sobre una colina a remojo en el mar, una solemne basílica de perfil veneciano pastorea el dédalo de casas polícromas y callejas empedradas que se escurren hacia los acantilados o los muelles. Hay cierta elegancia bohemia en balcones y patios secretos, tiendas de arte y tascas que asan peces que aún nadaban tan panchos por la mañana. Desde el puerto orillado de terrazas salen barcos a explorar las islas acólitas para pasar el día.
Pula, por su parte, es única. Fundada sobre siete colinas, como Roma, guarda en su vientre la urbe primigenia: abren un socavón para hacer un garaje y afloran mil y pico ánforas o cosas por el estilo. El genio latino se presenta, sin necesidad de frotar, en la muralla y sus puertas, en el decumano (vía principal) y su arco triunfal, o en la plaza mayor y su templo de Júpiter, intacto. Pero sobre todo en el soberbio anfiteatro, capaz de embuchar ahora a pacíficos melómanos como antaño a fieras y gladiadores. Pula, sofisticada y sibarita, irradia un halo definitivamente italiano; nada raro que Dante escribiera precisamente aquí algunos versos de la Divina Comedia.
También los pueblos del interior evocan a la Toscana, ¿o tal vez a la Provenza?, ceñidos de murallas medievales, cabalgando colinas tapizadas de viñedos y asediadas por bosques espesos. En el bosque de Mótovun se buscan trufas, con perros adiestrados, como quien busca oro. Un vecino de Livade, Gian Carlo Zigante, encontró hace un par de años una trufa blanca de 1,3 kilos, que ha pasado al Libro Guinness de los récords; valía 10.000 euros y se la zamparon entre un centenar de amigos. Mótovun parece un decorado de cine y, efectivamente, ruedan allí películas y anuncios sin mover ni una maceta. Celebran además un festival de cine, al aire libre, en la plaza medieval (a finales de julio).
Buje, Rubin o Vizinada viven del vino, descaradamente. En ese último pueblo nació en 1828 Carlotta Grisi, que llegó a ser bailarina de éxito en Milán y París; Adolphe Adam, que estaba colado por ella, compuso un ballet para que se luciese: Giselle. Por supuesto, el pastel giselle es la especialidad municipal. Groznjan es otro pueblo de artistas, desde que un escultor vino en los años sesenta y convenció a otros colegas para que hiciesen lo propio (también Tito apoyó esa veleidad local). Es un pueblo museo, de apenas ochenta vecinos, donde preparan los mejores króstule & frítule (lazos y bolas dulces) de toda Istria.
El retiro de Tito
El mar que ciñe a esa península con forma de corazón nunca queda lejos. Y añade a las playas premiadas un secreto a voces: las islas Brijuni. Los romanos las adoraban, levantaron villas de recreo, pero también factorías de salazones, que allí siguen. El mariscal Tito no solo se encerraba en ese paraíso ocho meses al año, sino que siempre traía aquí, para epatarlos, a los mandatarios mundiales en visita oficial. Hasta los dinosaurios quisieron dejar unas icnitas impresionantes. Las catorce islas del archipiélago son ahora parque natural, pero hay un par de hoteles en la isla mayor, y campo de golf centenario, y ruinas, hasta cebras y avestruces en un zoo abierto. Se llega a estas islas en poco menos de una hora, desde el pueblo minúsculo y delicioso de Fazana.
Parece, en fin, que ese mar y esas riberas enganchan, y no solo a Tito, a los dinosaurios o a los austrohúngaros. Cuenta la leyenda que cuando Jasón y los argonautas griegos robaron el vellocino de oro de la Cólquida, los más sagaces y valientes guerreros del país salieron a perseguirlos; y ¿qué pasó cuando llegaron a Istria? Pues que nunca más quisieron regresar al mar. Se quedaron para siempre. Exactamente lo que le gustaría hacer a todo el que se aventura en tan seductoras orillas.
Guía
Información
» Turismo de Croacia (www.visitacroacia.es).
» Turismo de Istria (www.istra.com).
Cómo llegar
» Air France (www.airfrance.com), Iberia (www.iberia.es), Spanair (www.spanair.com) y Croatia Airlines (www.croatiaairlines.com) vuelan de Madrid y Barcelona a Zagreb desde 300 euros. Aunque hay aeropuerto en Pula, no hay vuelos directos desde España.
Dormir
» Monte Mulini. Rovinj (00 385 52 63 60 00; www.maistra.hr), diseño vanguardista y enclave excepcional. Restaurante gourmet.
» Kastel. Mótovun (00 385 52 68 16 07; www.hotel-kastel-motovun.hr). Junto a la plaza, con gran encanto.
» Casa romántica la Parenzana. Buje (00 385 52 77 74 60; www.parenzana.com.hr), agroturismo de lujo.
Comer
» Giannino. Rovinj (00 385 58 13 40 12). Tasca familiar y refinada.
» Batelina. Banjole, a las afueras de Pula (00 385 52 75 37 67). Familiar, reservar.
» Zigante. Livade, 7. Livade, Mótovun (00 385 52 66 43 02). Especialista en trufas y setas.
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