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Reportaje:

Seis sillas para hacer teatro

Un libro repasa la historia de Ditea, el grupo aficionado más antiguo de Galicia

Primero, y antes de decidir nada más, los seis socios fundadores de Ditea (Difusión de Teatro Aficionado) acordaron que cada uno debería comprar una silla para poder sentarse. Así de modestos fueron los primeros pasos de una de las compañías teatrales en activo más antiguas de Galicia, tan popular en la Compostela de los años 60 que hasta contaba con un nutrido equipo de socios que, a modo de sociedad filantrópica, velaban económicamente por su supervivencia. Aún en la dictadura, el teatro aficionado, hecho por médicos, abogados, periodistas y pequeños empresarios de Santiago, tomó las calles y llenó plazas. "No hay rincón en Santiago en el que no hayan actuado", rememora Alejandra Juno (Santiago, 1973), autora de Cuando Compostela subió el telón (Alvarellos Editora), una tesis doctoral rescatada sobre los diez primeros años de Ditea y, a la vez, el retrato de la ciudad en tiempos nada propicios a iniciativas culturales ciudadanas y libres.

Por tradición, el 25 de julio la compañía representaba una obra en Compostela
Magán, el director, era un perito formado en las tablas del colegio La Salle

Agustín Magán, director de Ditea hasta su muerte en 1998, era un perito de Santiago formado sobre las tablas de la compañía del colegio La Salle. Su concepción integral del teatro convertía las obras de Ditea -suyas eran, por tradición, las noches del 25 de julio en escenarios privilegiados, como la Praza da Quintana- en "una gran pintura". Nada escapaba al control de Magán, amante de la espectacularidad, esteticista convencido y dramaturgo autodidacta. "Para Ditea, lo importante era crear público, ofrecer alternativas culturales a la ciudad, traer a Santiago desde el teatro medieval hasta la última obra estrenada en Madrid".

Aunque en la primera reunión los fundadores de Ditea no contaban ni con una silla para sentarse y hablar -la compañía nació, de palabra, en un bar de la rúa do Vilar-, el grupo se atrevió tanto con obras de dramaturgos clásicos como de las propuestas más irreverentes del teatro contemporáneo. Melocotones en almíbar (1958), por entonces una reciente comedia de Miguel Mihura, le sirvió a Ditea para darse a conocer ante el público compostelano, pero después llegaron La locura de don Juan, de Carlos Arniches; El hospital de los locos, de Josef de Valdivieso; el auto sacramental El pleito matrimonial del cuerpo y el alma, de Calderón de la Barca; Comedia para asesinos, de James Endhard; Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca o El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, entre muchas otras. La nómina de actores también es larga y en ella destaca Mari Luz Villar, periodista de la entonces Radio Galicia, hoy la SER, y también cofundadora del grupo en aquella reunión de las sillas.

Al lado de Ditea, la actividad del TEU (Teatro Español Universitario) de Rodolfo López Veiga, también autodidacta, se revelaba más comprometida políticamente y, sobre todo, militante por la recuperación de espacios públicos para la lengua propia. La compañía de Magán incorpora el gallego a sus textos a partir de los años 70, marcados por el nacimiento de la Mostra de Ribadavia tutelada por el grupo Abrente. Ditea, sostiene Juno, fue la semilla necesaria, "nunca reconocida como merecería", para que el telón subiera otra vez.

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Representación en la Praza da Quintana de Santiago de <i>El pleito matrimonial del cuerpo y el alma</i>, de Calderón de la Barca, en 1962.
Representación en la Praza da Quintana de Santiago de El pleito matrimonial del cuerpo y el alma, de Calderón de la Barca, en 1962.

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