¡Ay, si a Tomás le gustaran los toros...!
Huelva parecía Nueva York en hora punta. ¡Qué gentío! Hacía tiempo que la ciudad no vivía un acontecimiento de tal categoría. Una marea humana rodeaba el coso de la Merced desde horas antes del comienzo del festejo. No cabía un alfiler. Tantas criaturas había que no sería extraño que también se revendieran los huecos para tomar un café. ¡Qué éxito de los jóvenes empresarios Carlos Pereda y Óscar Polo!
¡Qué espectáculo, señores, contemplar esta plaza repleta hasta la bandera de un público conmovido y arrebatado! (Casi el 70% de las 7.000 localidades está abonado gracias al gran protagonista de la tarde). ¡Qué entusiasmo y qué alegría desbordante desprendían los tendidos! ¡Una fiesta como Dios manda!
EL PILAR / SILVERA, TOMÁS, LUQUE
Toros de El Pilar, chicos, anovillados, impresentables, muy blandos y nobles.
Emilio Silvera: pinchazo -aviso- pinchazo hondo (ovación); media estocada (ovación).
José Tomás: estocada tendida (oreja); pinchazo -aviso- y un descabello (ovación).
Daniel Luque: estocada (oreja); metisaca y estocada (ovación).
Plaza de Huelva. 3 de agosto. Feria de las Colombinas. Lleno de "no hay billetes".
Las verónicas a su primero fueron un primor de suave plasticidad
No se le reconoce ni el timbre de voz, da la espalda a plazas de responsabilidad
La multitud arde en deseos de ver al dios resurgido de las tinieblas, y ahí está José Tomás, en la puerta de cuadrillas, hierático y frío como siempre, con esa estela inequívoca de quien se sabe triunfador.
Y como llegó se fue, pero después de desparramar la personalidad tan singular de este torero. Toreó como los ángeles, esa es la verdad. Las verónicas a su primero fueron un primor de suave plasticidad; y el quite por chicuelinas, una preciosidad. La labor con la muleta alcanzó momentos de lucidez estética, en especial por naturales largos y templadísimos. No faltó la voltereta cuando lo pasaba con la mano derecha y el respetable disfrutó como nunca. Tardó en cogerle el aire al quinto hasta que, mediada la faena, lo embarcó en la muleta y dictó una lección magistral del toreo en redondo antes de cerrar con unas ceñidísimas manoletinas con el compás abierto.
La tarde no fue, sin embargo, redonda. Lo cierto es que tuvo un problemilla: que los toros no eran toros, sino becerritas. O tal vez gatitos; o, quizá, unas impresentables raspas. Y a todo el espectáculo le faltó la necesaria emoción. Aquello no fue más que un entrenamiento con un público festivo, familiar y generoso. Y eso no está nada bien. Ni un mito como José Tomás se debe permitir esa licencia, ni el respetable que paga merece tal engaño. Los novillotes de ayer, para el campo. Que la gente no es tonta; que aplaude porque ha pagado, pero sabe distinguir la fácil euforia de la emoción verdadera. Y la verdad de la mentira. No es eso, Tomás, no es eso... Hay que lidiar y matar toros, aunque la plaza sea de segunda. Todo lo demás es echar una pesada losa sobre esta deprimida fiesta. Para exigir tanto como él hay que ser exigente, primero, con uno mismo, y respetuoso con los espectadores.
Dicho lo anterior, hay que reconocer que algo tiene este torero cuando es capaz de arrastrar multitudes allá donde se anuncia. ¿Por qué en plena y profunda crisis de toros y toreros, todos ellos, en mayor o menor medida, bajo el denominador común del aburrimiento; cuando la fiesta atraviesa sus horas más bajas y sufre el mayor ataque por acción u omisión de toda su historia, la sociedad en su conjunto vuelve la mirada hacia un señor vestido de luces, y una mayoría enloquece y vibra con su forma de enfrentarse a la gloria?
Parece algo inexplicable que, en los tiempos que corren, un torero se haya convertido en una celebridad. Pero así ocurre cuando un personaje derrocha personalidad, heroísmo, carisma, dramatismo, misterio, autenticidad...
Todos destacan en él su valor sin límites, cuando su mejor cualidad es que es un intérprete excelso del arte del toreo. Quizá, la cualidad más sobresaliente de José Tomás es que es un rompedor que ha hecho añicos los esquemas del toreo moderno.
El problema es que este tremendista del compromiso personal, dispuesto antes a la cornada que al fracaso, es hijo de su tiempo; y, como tal, un conformista. Le honra su respeto a la ortodoxia, cuando el toreo tiempo ha que se despeña por un preocupante precipicio de la más vulgar heterodoxia; y ha hecho una apuesta firme por la pureza hasta el punto de que muchos yerran cuando ven en sus maneras las de un suicida preñado de morbo. En consecuencia, será reconocido, probablemente, como una inconmensurable figura del toreo, pero, ¡ay!, huye como gato escaldado del papel revolucionario que la historia ha puesto en sus manos.
Está desaparecido, no se le reconoce ni el timbre de voz, le da la espalda a las plazas de responsabilidad; prefiere carteles mediocres; no se prodiga con las figuras actuales, sus inclinaciones toristas comienzan y acaban en el toro artista; y, ayer, además, se anunció con una impresentable corrida que nunca debió salir al ruedo.
Ojalá el próximo año deslumbre al mundo con una campaña como merece su categoría y necesita esta fiesta. Mientras tanto, su revolución solo se producirá en la taquilla. ¡Ay, si a Tomás le gustaran los toros en lugar de estos becerros...!
Le acompañaron en el cartel Emilio Silvera, que cumplía 25 años como matador de toros, y recibió el cariño de sus paisanos. Su labor, voluntariosa, no pasó de discreta; y Daniel Luque, que también se entrenó, bien es cierto que con galanura y buenas maneras, con los novillotes que le tocaron en suerte.
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