DÍA 3
Llegué a casa sin cuerpo. O, mejor, con un cuerpo blando, casi líquido, hasta los dientes parecían flexibles. Me había meado y hecho caca mientras corría con mis piernas de fieltro y respiraba con mis pulmones de paño y observaba la realidad con mis ojos de gelatina.
Ya escuchaba el ruido de las sirenas de la policía o de las ambulancias. Ya me encontraba frente a la puerta de mi casa. Ya sacaba la llave, atada a una cinta de cuero que colgaba de mi cuello. Ya lograba introducirla en la cerradura tras cuatro o cinco intentos fracasados (mis dedos, blandos, no eran capaces de sostenerla). Ya cerraba la puerta tras de mí. Ya comprobaba que no había nadie en casa, aunque mi madre no tardaría en llegar. Ya alcanzaba el cuarto de baño. Ya mis músculos de verdad comenzaban a sustituir a los de trapo. Ya empezaba a sudar. Ya la saliva regresaba a mi boca. Ya mis ojos retomaban la flexibilidad de los órganos húmedos. Ya me quitaba los zapatos y los calcetines. Ya me bajaba los pantalones y los calzoncillos meados y cagados. Ya me limpiaba las piernas y el culo con papel higiénico. Ya se oía el ruido de la puerta. Ya los pasos de mamá avanzaban por el pasillo. Ya escuchaba yo su cantinela (¿hay alguien en casa?). Ya me quedaba paralizado. Ya se detenían los pasos frente a la puerta del cuarto de baño. Ya sonaban los golpes de mi madre al tiempo de llamarme (¿estás ahí?). Ya abría yo la puerta dejándome ver en aquel estado. Ya mi madre, ansiosa, se agachaba sobre mí preguntando qué ocurre, qué ocurre. Ya digo me he meado y me he cagado, mamá. Ya pienso, entre la niebla, que sería bueno llorar (pero no me sale).
Ya pienso, entre la niebla, que sería bueno llorar (pero no me sale)
Ya me toca mi madre la frente. Ya pone la cara de preocupación y fastidio de cuando caigo enfermo. Ya ve los pantalones y los calzoncillos sucios, ya los pedazos de papel higiénico en el interior de la taza del retrete abierta. Ya se hace cargo de la situación. Ya recoge la ropa, ya me mete en la bañera, ya me da la esponja, ya señala dónde debo frotarme. Ya me pregunta qué he comido en el colegio, ya si me duelen la tripa o la cabeza. Ya la realidad (una realidad inconcebible) va volviendo a su ser. Ya estoy con el pijama puesto. Ya remuevo un yogur con una cucharita. Ya llega papá, ya pregunta, ya asiente sin interés alguno, ya se pone a leer...
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