Todo puede ser
Ninguna decisión del presidente del Gobierno ha sido acogida con tan rara unanimidad como la convocatoria de elecciones para el próximo 20 de noviembre: todo el mundo ha respirado con satisfacción. Quizá quede por ahí alguna reticencia sobre el día elegido, reticencia de quienes creen que la historia sella los días con marca indeleble y los condena a única y eterna conmemoración: tal día ocurrió tal cosa y nunca ocurrirá nada más.
Tanta unanimidad tiene que ver, ante todo, con la generalizada percepción del pasado como un tiempo del que ya no se podía esperar nada excepto que se acabara cuanto antes. El Gobierno ha hecho todo lo posible para convencer, incluso a sus electores, de que permanecía en el poder de forma interina, como un pésimo actor que ansía la llegada del mutis definitivo. Y así no se puede gobernar. Reconocerlo es signo de prudencia, aunque, en realidad, ya no quedaba ninguna otra opción, excepto la de dejarse mecer durante meses en la fascinación del suicidio.
Las elecciones serán, contra lo que podía temerse, altamente competitivas
Pero la unanimidad tiene que ver, además, con un sorprendente consenso final: cada cual cree que el adelanto le beneficia. Lo cree, desde luego, el Partido Popular, con su candidato obstinado en mantener silencio sobre sus verdaderas intenciones; pesado silencio que se vuelve ruido cuando en las periferias autonómicas se cultiva la crispación en pelea con los fantasmas del pasado.
Lo creen también los líderes de los partidos minoritarios, confiados en que la racha abierta por las municipales se consolide y rompa la tendencia de los últimos años a la concentración del 85% del voto en los dos grandes partidos de ámbito estatal. Y lo cree, en fin, el candidato socialista, situado en la difícil posición de quien observa la crecida de un mar a punto de arrastrarlo; ahora, con una fecha no tan cercana que no le permita construir una alternativa creíble ni tan lejana que le obligue a una extenuante campaña, aumenta sus posibilidades de poner en serios aprietos a un rival peor valorado por los electores.
De momento, el efecto instantáneo de la rueda de prensa del presidente fue la comparecencia del líder de la oposición todo vestido de centro y con cara de no haber roto un plato. Signo de que las elecciones ayer anunciadas serán, contra lo que podía temerse hace unas semanas, altamente competitivas. O sea, que todo puede ser y, además, todo es posible.
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