Roberto Alagna ilumina la noche
Roberto Alagna, magnífico ejemplar de tenor lírico mediático, protagonizó hace 12 años una de las grandes noches del Festival de Peralada al estrenar junto a Angela Gheorghiu, a la sazón su esposa, el montaje de Carmen firmado por Calixto Bieito. Anteanoche, 12 años después, Roberto Alagna, ahora en la piel de tenor lírico maduro, regresó al festival. En medio queda una carrera con altibajos y alguna polémica, que en los últimos años parecía ir irremediablemente hacia el declive y que, sin embargo, hoy, en la frontera de los 50 años, está remontando posiciones para instalarse en una tranquila madurez.
Para acreditar su buen momento vital y artístico Alagna se presentó en Peralada acompañado por la soprano búlgara Svetla Vassileva y por la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) dirigida por David Jiménez Carreras. En la primera parte, tras una 'Bacchanale', de Samson et Dalila, poco pecadora por parte de la OBC y tras calentar la voz con 'Rachel quand du Seigneur', de La juive de Halévy, la actuación se centró en un repertorio verista poco recurrido, con fragmentos de Giulietta e Romeo y Francesca da Rimini, de Zandonai.
Alagna exhibió una voz de calidad, con un centro corpóreo y de amplia resonancia, y un agudo no espectacular, pero sí suficiente, que le permite trascender el estricto ámbito de tenor lírico para acometer con éxito trabajos que exigen mayor peso vocal y más drama en la voz. Vassileva, que cantó en solitario 'Io son l'umile ancella', de Adriana Lecouvreur, de Cilèa, quedó suficiente pero algo apagada y reservona en un terreno donde, por exigencia del estilo, tenía que arriesgar más. Estaba claro que Alagna se había buscado como compañera de viaje a alguien que le hiciera quedar bien pero no le hiciera sombra. El recital estaba solo tibio. Si no aumentaba la temperatura, el esperado suflé emotivo del público ante el tenor en apoteosis no iba a subir.
La segunda parte se centró en el siempre eficacísimo Puccini, el mejor remedio para levantar recitales alicaídos. Ella empezó a atreverse más, única solución si no quería que el 'Vissi d'arte', de Tosca, se le quedara en las manos; mejoró, pero aparecieron también limitaciones vocales. Él se marcó un 'Adiós a la vida', de Tosca, muy correcto, pero no memorable. Al final, tenor y soprano pusieron toda la carne en el asador para atacar, entre carantoñas y arrumacos exigidos por el guión, el célebre 'Vogliatemi bene', el dúo de amor de Madama Butterfly. El suflé ya empezaba a estar a punto.
En los bises, Alagna se atrevió valientemente y con éxito con retos de envergadura: con Vassilieva cantó otro dúo de amor, 'Già nella notte densa', del Otello de Verdi, y en solitario, 'Ni un mi tema', también de Otello. El suflé subió definitivamente. Ella ofreció el inevitable 'O mio babbino caro', del Gianni Schicchi pucciniano, y juntos redondearon con 'O soave fanciulla', de La bohème, de Puccini. Él falló estrepitosamente el sobreagudo final, algo previsible en un tenor maduro que quiere volver al repertorio lírico inmediatamente después de cantar la muerte de Otello. No importaba, el suflé ya había subido. Aún hubo un último bis a capela de afinación ya muy dudosa. Ya tampoco importaba. Los tenores son así.
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