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Columna
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Ping-pong

El PSOE y el PP chocaron con rabia el otro día en el Parlamento andaluz a propósito de un asunto apasionante y crucial: ¿debe permitirse que un individuo sea a la vez alcalde y diputado? No es fácil responder. Si uno lo piensa dos veces, encuentra razones para el sí y para el no, e incluso razones para negarse a razonar en este momento sobre tan extraordinario problema. Prueba de que la cuestión admite las dos respuestas es que tanto PSOE como PP han sido alternativamente partidarios de una y de otra, pero siempre alternativamente, porque cuando el PSOE decía sí, el PP contestaba con un no, y ahora que el PP dice sí, el PSOE lanza una negación categórica. El PSOE y el PP son solidarios en su incompatibilidad.

Se pelearon el otro día en el Parlamento, como ha contado Lourdes Lucio en estas páginas, aunque estaban de acuerdo en casi todo y aprobaron juntos, con IU, 27 "medidas de transparencia y calidad democrática", algo que suena a propaganda de un detergente que lava toda la cristalería por igual. El concepto de transparencia se oye mucho estos días, en el Congreso de Madrid y en el Parlamento de Sevilla. Parece una señal de que la vida política española es turbia, y un mal síntoma, porque también estuvo muy de moda en la difunta Unión Soviética, y precisamente cuando la decrepitud y la corrupción post mortem del régimen habían alcanzado la altura que precede al hundimiento irreversible.

Es necesario y saludable que los partidos se enfrenten con fervor: el ideal de unidad y armonía política por el bien común sólo se realiza en las dictaduras de partido único. Pero la pelea debería basarse en argumentos y razones, y someterse a las reglas de la coherencia lógica. Las tres generaciones que se sientan hoy en el Parlamento no parecen haber aprendido ni en el colegio ni en la universidad, ni bajo el franquismo ni bajo la democracia, el arte de persuadir por medio de la palabra. Prefieren apabullar, agredir verbalmente, confundir. No practican el arte de hablar, sino el de callar al enemigo. Y eso que, en este caso, el tema en discusión -¿se puede ser alcalde y diputado al mismo tiempo?- se prestaba a entender y mirar con simpatía las razones del contrario: el PSOE y el PP sostienen hoy exactamente lo que sostenía ayer su acérrimo antagonista.

Votan según sus intereses inmediatos: diecisiete de los diputados del PP son hoy alcaldes, y su partido votó en contra de la incompatibilidad entre la dignidad de alcalde y la de diputado. También votó en contra el único alcalde con que cuenta la representación parlamentaria de IU. El resto de representantes de IU, que no son alcaldes, votaron a favor, con el PSOE, que no tiene alcaldes en su grupo. Supongo que el ardor de la pelea lo decidió esa implicación vital y personal que hace que cualquiera cambie en un instante y radicalmente las opiniones que ha mantenido toda la vida, sea sobre el reparto igualitario de riquezas cuando uno se hace rico de pronto, o sea sobre el reparto de poder cuando uno se ve cerca de alcanzarlo, como es el caso del PP.

Pero la exaltación fue excesiva. La presidenta del Parlamento, Fuensanta Coves, meditó en voz alta: "Señorías, esto es un espectáculo lamentable". Era lamentable, pero no sé si fue un espectáculo, porque no miraba nadie. El Parlamento andaluz se ha vuelto a la vez tan desconcertante y previsible, que el público, perdido y aburrido, ha dejado de atender. Ya resulta insignificante por repetitivo lo que podría ser memorable por inusitado: la atmósfera brutal del Parlamento, el tumulto pueril de los populares, el enconamiento popular-socialista, la mala fe mutua, la voluntad socialista de incluir siempre un punto que arruine el acuerdo (en 27 puntos era total) para escenificar la diferencia profunda entre izquierda y derecha, aunque sea opinando lo mismo que la derecha opinaba hasta hacía un momento.

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