El hombre que pintaba los edificios de azul
Un libro y una exposición celebran la obra del arquitecto Rafael Tamarit
Si uno pasea por la ciudad de Valencia y se fija en algunos de sus edificios distinguidos por un pequeño mosaico de color azul, seguro que esa obra pertenece al arquitecto Rafael Tamarit Pitarch (Valencia, 1939). "Como los arquitectos no firmamos nuestras obras -dice Tamarit- este azulejo cerámico de la fábrica Nolla lo escogí como mi marca distintiva". Un pequeño azulejo que dibujará su primer gran proyecto, el edificio de los Hermanos Lladró (1965) en Tavernes Blanques y hoy obra reseñada por la institución Docomomo, que se ocupa del patrimonio moderno arquitectónico.
Esta y otras obras se pueden ver en la exposición que le ha dedicado el Colegio Territorial de Arquitectos que recorre su trayectoria profesional, entre la arquitectura y el interiorismo. "La arquitectura", comenta Tamarit, "me ha dado más quebraderos de cabeza, por supuesto, que el interiorismo". "Mientras la vivienda", continúa, "es un espacio íntimo, reservado a unos pocos, el bajo comercial es un espacio abierto, permeable, en comunicación con el viandante, y esto siempre es muy estimulante para el diseñador, ese estar expuesto al juicio de la calle". Este rol determinante del interiorista se corresponde también con el buen funcionamiento del local comercial. "No nos engañemos", señala Tamarit, "si el local fracasa, seguro que una buena parte de culpa la tendrá el interiorista, por haber colocado un mobiliario incomodo o una mala iluminación".
Su obra se puede ver en el Colegio de Arquitectos de Valencia
El nombre de Rafael Tamarit está unido a algunos de los comercios que han señalado la renovación y la memoria de la ciudad, como las desaparecidas tiendas Gran Style y Calzados Mayordomo o Don Carlos o sus trabajos para Lladró. Establecimientos que iluminaban el centro comercial de una ciudad que dejaba atrás los largos y monótonos años de la posguerra. "En el caso de Lladró yo diría que lo que hicieron fue un acto de fe en mí. Después, con la llegada de los directores comerciales, la cosa cambió, y uno de los últimos fue un señor francés, que venía del mundo de la moda, y que acabó transformando una tienda de 400 metros en un espacio que casi no sabes cómo tienes que entrar".
Entre sus mayores "osadías" se cuenta el cubrimiento con pintura azul, ese color ligado a su trayectoria profesional, de la finca Alejandro Soler en la calle de Ribera y transformada en un local de estética pop tipo Carnaby Street. "Aquello", recuerda Tamarit, "para la época fue un gran impacto, estamos hablando de los primeros años setenta, menos mal que como la finca era propiedad de Alejandro Soler no tuvimos que pedir permiso a la comunidad de vecinos, porque si no, estaríamos todavía discutiendo".
En su biografía guarda un accidentado viaje a Nueva York que le llevó a realizar un testamento de urgencia en una servilleta. "Los sensores", recuerda Tamarit, "de la bodega del avión se dispararon y se temía que la bodega estuviera ardiendo, luego se comprobó que todo se había debido al humo que desprendía el semen congelado de un toro que se transportaba a México". Jubilado de la enseñanza arquitectónica, a la que ha estado unido a lo largo de su vida, es consciente de la crisis que atraviesa la profesión. "Si una buena parte del dinero", señala Tamarit, "del muchísimo dinero que se ganó en la construcción entre 1995 y 2005 se supiera dónde está y se retornara, seguro que daría trabajo a muchos arquitectos hoy en paro". Y concluye: "Siempre he pensado que uno de los secretos de esta profesión radica en una cierta sabiduría para resolver el detalle".
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