Bello juego de transferencias
"Un caballo con alas de ángel, eso no se ve todos los días", dice en un momento dado el personaje central de Los cantos de Maldoror, la obra del Conde de Lautréamont que, en voz de Mario Gas, vertebra este singular espectáculo. Pues eso es precisamente, entre otras muchas estampas, lo que nos ofrece Bartabas, a lomos de uno u otro de los cuatro caballos que le acompañan: figuras de centauros alados que surgen de entre las tinieblas insinuadas por las cortinas que envuelven el escenario; criaturas híbridas que enlazan la mitología griega con las leyendas medievales; héroes inquietantes que tan pronto podrían rescatar a alguna joven indefensa como secuestrarla para devorarla en un rincón. Y es que la animalidad está muy presente en todo momento. De hecho, el título del montaje resume muy bien su esencia.
EL CENTAURE I L'ANIMAL
Concepción, puesta en escena y escenografía: Bartabas. Coreografía e interpretación: Ko Murobushi, Bartabas. Música: Jean Schwarz.
Teatre Lliure, sala Fabià Puigserver. Barcelona, 14 de julio.
El centaure i l'animal une caballos y danza butoh pero las disciplinas no se fusionan, se transfieren. No tiene nada que ver con Loungta, el montaje que Bartabas presentó durante el Fórum y menos aún con cualquier show ecuestre. Hay doma y mucha contención, pero no como exhibición sino al contrario, como extensión del propio jinete: con cada equino -Horizonte, Soutine, Pollock y Le Tintoret-, Bartabas forma una unidad, el animal parece obedecer su cerebro, se contagia de su condición humana y es el que se comporta y se mueve con más nobleza y distinción. Esta simbiosis queda reflejada en una imagen desconcertante, posiblemente la foto del espectáculo que más se ha difundido, y en la que la cabeza del caballo sustituye a la del caballista, que no sé exactamente cómo se coloca para conseguirlo. Por su parte, el coreógrafo Ko Murobushi se encarga de expresar la animalidad que ensalza Lautréamont a través de Maldoror añadiendo coces, cabezazos, gritos y gemidos a las lentas contracciones musculares de su cuerpo características de la danza butoh de la que es maestro, y que ya vimos el año pasado en Quick Silver, la pieza que presentó en solitario también en el Lliure y durante el Grec. Si en aquella, su cuerpo desnudo y pintado de argento nos remitía a una gota de mercurio en constante mutación, aquí la metamorfosis, aunque también es plateada, sugiere más bien el nacimiento de un embrión viscoso y frágil. El contagio no acaba aquí, pues Bartabas apunta alguna que otra contorsión de brazos y espalda con las que parece imitar al japonés. Las ejecuciones de cada uno se superponen -el centauro sobre el escenario de tierra oscura; el animal en el proscenio de suelo blanco, una franja de la que no sale hasta el final- en un conjunto de impecable factura al que solo se le puede achacar que sea un pelín largo (hora y media).
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