Mae West y yo

Narrativa. Dos personajes que en realidad son uno desdoblado se alternan en el uso de la palabra. Uno es el protagonista, Felipe (el "yo"), que, a veces, lleva un nombre larguísimo para producir un efecto cómico, diplomático retirado debido a una grave enfermedad, un gay que nada más empezar remeda la historia de Gustav von Aschenbach con Tadzio en Muerte en Venecia (aunque se queda en nada, funciona como evocación cariñosa del autor). Es un hombre curioso que dedica sus largos ratos de ocio a observar el ajetreo de la calle, a contemplar los andares de los chicos jóvenes y a espiar a su vecina. Resulta que el otro personaje es naturalmente (el título lo dice todo) Mae West, pero no la auténtica sino la imaginada por Felipe mezclando las incidencias de esos días con hechos y dichos de la existencia real de la actriz. Es este uno de los aciertos de la novela. El personaje se despacha a gusto repitiendo con variantes sus frases conocidas y creando para la ocasión otras nuevas (la que es, probablemente, su frase más conocida abre la novela). Mendicutti muestra como otras veces su habilidad para el ingenio fresco e irónico. Su discurso es divertido y melancólico, y transporta una tenue capa de ligereza y desfachatez que elimina o compensa los efectos lacrimosos de las escenas dramáticas. Para ello resulta muy útil el lenguaje procaz y las palabras de doble sentido que caracterizaron a Mae West. Y también, bien claro es, la imitación de Oscar Wilde: "Ella quiere a su marido, una extravagancia deliciosa". Aunque lo esencial, bueno y malo a partes iguales, es la incesante presencia del cine: títulos, actores y actrices. Divierte pero también ahoga. El lector poco enterado del panorama cinematográfico, sobre todo si es de tiempos antiguos, acabará cansado y desanimado. En fin, como las referencias son tantas me permitirán que yo añada la mía: la asistenta del protagonista es como Thelma Ritter en La ventana indiscreta.