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Columna
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La no identidad como identidad

Joan Subirats

Uno de los problemas que han tenido que afrontar los protagonistas de la serie de acontecimientos que se originaron el pasado 15 de mayo, ha sido y es la falta de liderazgo externo, la falta de rostros en los que personalizar la movida y que permitieran a los medios de comunicación transmitir e informar como tradicionalmente lo han hecho. La expresión "indignados" ha sustituido asimismo la falta de identidad ideológica que permitiera colocar a los movilizados en alguna de las categorías programáticas a las que estamos acostumbrados en la contemporaneidad, que ayudan a simplificar la complejidad de matices ideológicos de cada quien. Es evidente que el calificativo indignados no nos explica demasiado sobre qué piensan y cuáles son sus coordenadas normativas o propositivas, pero de lo que nadie duda es de su capacidad para sacudir y alterar la forma de entender el mundo y, sobre todo, cómo relacionarse con el sistema político e institucional. Están marcando la agenda, y el discurso de ayer de Alfredo Pérez Rubalcaba lo demuestra. Tenemos, como ya se ha dicho, un movimiento en marcha que no se reconoce a sí mismo como tal movimiento y cuyos componentes, además, presumen de no tener etiqueta ideológica convencional. Lo que está claro es que expresan el sentimiento de frustración de muchos ante la tendencia a fragmentar solidaridades y comunidades, a convertir cualquier cosa en mercancía, a confundir desarrollo y realización personal y colectiva con capacidad de consumo. Hay evidentes amenazas a los derechos y al bienestar social alcanzado, sin que los poderes públicos sean capaces de proteger a sus ciudadanos, demostrando una evidente pérdida de soberanía y de legitimidad democrática.

Mucha gente empieza a darse cuenta de que la hegemonía neoliberal solo provocará, de persistir, más pobreza

No solo no hay dimensión ética alguna en el capitalismo financiero y especulativo, sino que además están en peligro las promesas de que, si nos portábamos bien, viviríamos cada vez mejor, seríamos más educados y gozaríamos de buena salud. La absoluta falta de control y de rendición de cuentas democrática de los organismos multilaterales y de las agencias de calificación de riesgos, añadida a las más que evidentes conexiones y complicidades entre quienes toman las decisiones políticas y los grandes intereses financieros, ha provocado que en Europa, por primera vez en mucho tiempo, se conecte conflicto social y exigencia democrática, reivindicación de derechos y ataques contundentes a la falta de representatividad de los políticos, tanto por su falta de respeto a los compromisos electorales como por su fuero y privilegios.

Mucha gente empieza a darse cuenta de que la hegemonía neoliberal, a la que han servido en Europa sin reparo y sin distinción tanto conservadores como socialdemócratas, solo provocará, de persistir, más y más pobreza y un deterioro general de las condiciones de vida de amplísimas capas de la población, y de que, frente a ello, poco puede esperarse de un sistema político y de unos grandes partidos que se han convertido en meros ejecutores a sueldo de tal hegemonía. Mientras, en Internet se conectan cabreos y acciones. El movimiento de cultura libre, con su habilidad de retournement (que dirían los situacionistas), es decir, con su capacidad de hacer descarrilar, reconducir y recrear todo tipo de producciones culturales y artísticas, ha servido de zócalo a la movida rompiendo moldes y derechos de propiedad, compartiendo y difundiendo. Se ha aprovechado, asimismo, la gran capacidad de inventiva y de contracultura hegemónica desplegada en América Latina, donde ya hace años probaron de manera directa y cruda las recetas neoliberales. El movimiento de cultura libre, con éxitos tan evidentes como Wikipedia, muestra la fuerza de la acción colaborativa y conjunta, sin jerarquías ni protagonismos individuales, combinando el ideal de igualdad con la exigencia del respeto a la autonomía personal y a la diferencia. Cada vez más gente, más preparada, más precaria, con mejores instrumentos, más conectada, servirá de voz a esa gran masa de ciudadanos que saben que las cosas van mal y que la situación actual no puede durar. Tratar de poner nombre al movimiento, tratar de identificarlo y de encasillarlo, significaría ahora limitar su potencialidad de cambio y de transformación.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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