Una selección color ceniza
La selección argentina adquiere cada día más el mismo color ceniza que está cubriendo bellísimas zonas del sur del país, enterradas en varios centímetros de arena y lava llegada del otro lado de los Andes, del volcán chileno Puyehue. Intermitentemente, desde hace un mes y dos días, el volcán vuelve a entrar en erupción, amarga la vida de una de las mejores zonas de turismo de montaña del mundo y complica la marcha de un buen número de aeropuertos de todo el país, incluidos los dos de Buenos Aires.
La nube de arena, dicen los expertos, puede batir récords: ha dado ya una vuelta entera al mundo y va camino de rodearla de nuevo, entrando otra vez por el suroeste de Chile. Lo peor es que los millones de metros cúbicos de arena volcánica que han caído ya sobre Bariloche o Villa La Angostura, y que los sufridos vecinos empezaban a amontonar a los costados de las calles, han vuelto a aparecer porque el volcán sigue, día si, día no, lanzando al aire polvo y lava, y nadie sabe realmente cuándo va a parar.
En cuanto estalló el Puyehue, el 4 de junio pasado, las autoridades argentinas pusieron en marcha un plan de emergencia. No tanto para ayudar a los habitantes de la zona (que recibieron muy poca ayuda en los primeros días) sino para hacer frente a cualquier eventualidad en el desarrollo de la Copa América. En el caso de que llegado el día de la final, en el Monumental de Buenos Aires, los aeropuertos de la capital estén cerrados, el tráfico aéreo se desviará a la ciudad de Córdoba, que, según criterios argentinos, está cerca, pero que, en realidad, está a 700 kilómetros, distancia que aficionados y jugadores deberían cubrir en autocares o coches.
Los problemas deportivos no son nada en comparación con la angustia y la pena que padecen los habitantes de Bariloche o de la pequeña y hermosa Villa La Angostura, una aldea de montaña que vive de la temporada de esquí y cuyos habitantes andan todavía por la calle con mascarilla y gafas, sin poder enviar a los niños a la escuela y padeciendo cortes intermitentes de agua y electricidad. "Y cuando nos reunimos para ver a la selección y poder llevarnos una alegría, recibimos otros tantos kilos de ceniza en la cabeza", protesta, en conversación telefónica, Carlos, que trabaja en un hotel de Bariloche y que está, además, temblando ante la posibilidad de quedarse sin trabajo si las habitaciones siguen vacías. "La selección está hecha un nudo, como decía ayer un comentarista en la radio. No vale. Lo mejor que podrían hacer estos jugadores sería enviarnos sus sueldos. Aquí sí que estamos dando la cara".
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