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Columna
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Éxodo cultural

Una de las primeras consecuencias de la globalización económica fue la deslocalización empresarial. Algunos de los sectores pioneros en buscar en el extranjero mano de obra barata y producir grandes beneficios fueron el textil y el tecnológico. De este modo, un selecto grupo de países en vías de desarrollo se ha convertido en la fábrica del mundo debido a la esclavitud laboral que sus gobiernos consienten y que occidente silencia impunemente.

Pero si desviamos nuestra mirada y cambiamos de sector productivo advertimos que en la industria cultural se está produciendo, en los últimos tiempos, un efecto contagio. De este modo, sabemos que el sector editorial norteamericano imprime muchas de sus principales cabeceras en rotativas de India, China, México... Siguiendo en el terreno cultural, aunque cambiando de escenario, conocemos que museos como el Guggenheim o el Louvre van a abrir franquicias en los Emiratos Árabes con el principal objetivo de incrementar sus beneficios y potenciar las relaciones diplomáticas bajo la etiqueta de smart power (poder inteligente). Casi mil museos de arte contemporáneo se inaugurarán en los próximos años en China. Un buen negocio sobre todo para las colecciones de arte de Europa y Estados Unidos que podrán colocar buena parte de sus fondos en estos nuevos espacios. Sin embargo, una vez alcanzados los objetivos comerciales, ¿alguien se preguntará por el nivel de bienestar de la sociedad china o árabe?

Claramente estos movimientos geoestratégicos persiguen un retorno económico favorable a las empresas, instituciones y gobiernos a costa de un incumplimiento generalizado de los Derechos Humanos y los Objetivos del Milenio. Siguiendo este hilo conductor, y situándonos en la Comunidad Valenciana, me gustaría hacer alusión a un tipo de deslocalización cultural y académica que, a pesar de no quebrantar derechos civiles fundamentales, incurre en una tremenda injusticia social. Me estoy refiriendo al éxodo de capital humano altamente capacitado que, desde hace un tiempo, se está produciendo en nuestra Comunidad, haciéndose extensible al resto de España de una manera espectacular.

Esta singular deslocalización civil hace de este fenómeno un accidente histórico (como diría Paul Virilio) que, a día de hoy, ya se ha cobrado víctimas (casi 120.000 profesionales españoles en los últimos dos años, según el último informe publicado por ADECCO) que seguirán creciendo exponencialmente en el futuro si no se adoptan medidas precisas. El principal motivo que impulsa esta "fuga de conocimiento" radica en una falta de interés de las instituciones públicas, tutoras de la gestión cultural y académica de nuestro territorio, por contratar capital intelectual y activos intangibles de profesionales autóctonos, jóvenes y no tan jóvenes, que pueden elevar nuestra producción cultural, académica y científica hasta niveles equiparables al canon europeo de herencia ilustrada.

Los profesionales con talento que deciden abrirse camino en nuestra Comunidad se arrepienten de esa decisión ya que se sienten mano de obra barata, explotada, infravalorada y maltratada. Es decir, el gobierno impone una paradójica deslocalización interna e implosiva. En los últimos tres años la crisis financiera todavía ha incrementado más este tratamiento hacia los artistas, gestores culturales, editores, profesores, científicos, investigadores, que se sienten eternamente becarios o voluntarios al regazo de un Estado conformista que no desea activar medidas estructurales necesarias en este sector. Sin duda, este es el germen que provoca una migración cualificada sin precedentes.

Por tanto, el sector cultural de nuestra Comunidad acude a países industrializados donde se valora la inteligentzia para emprender con éxito sus proyectos artísticos, académicos o científicos. Este desplazamiento humano deja huérfano al Estado Autonómico de un activismo cultural, de un desarrollo productivo y de un retorno económico que ayude a superar el déficit de sus maltrechas cuentas.

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Un territorio que necesita, hoy más que nunca, innovación y creatividad para su desarrollo productivo no puede permitirse esta evasión de intelectuales formados en nuestras aulas. Una política de liderazgo debería poner freno a esta falta de compromiso con un sector tan influyente para el crecimiento económico de un pueblo como es el cultural (lengua, educación, cine, teatro, artes plásticas, literatura, videojuegos...).

El capital humano de una organización cultural es una herramienta sensible. Atraerlo, estimularlo, desarrollarlo y fidelizarlo, poniendo en valor sus ideas y dotarlo de herramientas que le permitan desplegar su talento de manera global, con el epicentro en su territorio, es una responsabilidad ineludible de quienes gestionan nuestra sociedad y desean que ésta crezca en todos los frentes.

Parece claro que lo que da legitimidad, credibilidad y productividad a un pueblo, y por ende a su gobierno, es la suma de acciones vinculadas a criterios permanentes de verdad y ética al servicio de la Ciencia, la Cultura y la Razón. Hacer lo contrario es una burla que debemos atribuir a los responsables políticos que premian la truhanesca frente al Conocimiento. Y a la sociedad civil que sonríe indolente ante la realidad como si ésta fuese una gentil novela picaresca.

Norberto M. Ibáñez es director de la revista Contrastes y vocal de la UNESCO en Valencia.

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