Juegos de manos
El plan de refinanciación de la deuda griega no es muy transparente
El plan de los bancos franceses para refinanciar la deuda griega es un chanchullo descomunal. No está del todo claro a quién intentan engañar con su elaborado ardid: contables, agencias de calificación, contribuyentes o todos ellos. Pero a Europa le iría mejor con un plan más sencillo que no incluyese cortinas de humo. La propuesta básica se traduce en que los acreedores del sector privado de Grecia (no solo los bancos franceses, sino también otros bancos y entidades no bancarias) reinviertan el 70% de lo obtenido con los bonos que venzan antes de mediados de 2014 en más bonos griegos. Dado que estos últimos serían bonos a 30 años, Atenas tendría que hacer frente a menos presión de financiación. En los próximos tres años, deben pagarse unos 60.000 millones de euros por bonos que están en manos de acreedores del sector privado. Los bancos franceses suponen que el 80% estaría de acuerdo con el plan, lo que significa que habría casi 34.000 millones de dinero fresco para los griegos.
Hasta aquí, es sencillo. El truco es que el 30% de ese efectivo no vuelve realmente a Atenas, ni mucho menos. Queda aparcado en una entidad con fines especiales (SPV, por sus siglas en inglés), la cual compra a continuación bonos emitidos por una entidad con calificación de triple A (el Gobierno alemán, por ejemplo). Así que los griegos solo reciben realmente 24.000 millones. ¿Cuál es el propósito de poner los otros 10.000 millones en una SPV? El hecho de que sirva para comprar bonos cupón cero da una pista. Comprar un bono que no paga intereses durante 30 años podría no parecer una inversión tremendamente atractiva. Pero significa que quien emita los bonos puede permitirse devolver más de 10.000 millones en 2041. De hecho, los bancos franceses dan por hecho que el emisor podría comprometerse a devolver los 34.000 millones en su totalidad.
Uno de los objetivos de esta estructura parece ser el de convencer a los contables de que los bancos no tienen que amortizar su exposición a Grecia porque en cualquier caso les van a devolver todo el dinero. Otro objetivo podría ser el de persuadir a las agencias de calificación, quizás con argumentos similares, de que no tienen que sentenciar que Grecia ha incumplido sus pagos. Otro podría ser el de engañar a los contribuyentes haciéndoles creer que los acreedores privados están aportando más al rescate de Grecia de lo que realmente aportan. Se puede entender que los bancos harían más hincapié en la cifra de 34.000 millones que en la de 24.000 millones.
Queda por ver si este ingenio consigue engañar a la gente. Lo que está claro es que no es transparente. Una forma más directa de conseguir el mismo efecto económico sería pedirles a los acreedores privados de Grecia que refinancien la mitad de la deuda que va a vencer en forma de nuevos bonos, y se olviden de la SPV. Si el 80% de los acreedores participasen, Atenas seguiría recibiendo 24.000 millones.
Esa transparencia significaría que los bancos tendrían que constituir provisiones. Pero cuanto antes se enfrenten a la realidad, mejor. El Banco Central Europeo también tendrá que tragarse sus palabras sobre que no aceptará como garantía la deuda de ningún Gobierno que haya incumplido sus pagos (tal como lo definen las agencias de calificación). Pero ya es hora de que el BCE deje de poner a las agencias en un pedestal como si fuesen dioses. Los políticos y los responsables de los bancos centrales no deben ser cómplices de semejante chanchullo.
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