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Reportaje:SIN COCHE

Temor por una cruz misteriosa

Un crucifijo que los vecinos temen que sea robado corona el cementerio

Juan Diego Quesada

Temerosos de que la puedan robar, los vecinos de Redueña (278 habitantes) se ponen enigmáticos cuando se les pregunta por la cruz gótica que corona el cementerio. "Es de un valor incalculable", concede en voz baja Juan Ignacio López, un hombre con gafas y aspecto de buena persona que regenta un bar en el pueblo. Cocina, por cierto, un conejo exquisito. El caso es que ni a él (a López, no al conejo) ni a unos cuantos más les gusta que se hable en alto de esta cruz en cuyas cuatro caras se observan escudos de la orden franciscana y cinco racimos de uvas, que según un cartelito explicativo representan los estigmas que recibió san Francisco a imitación de Cristo. Una mujer vestida de negro se persigna al pasar por la cancela del camposanto. "¡Amén!", parecen contestarle con su movimiento los matorrales que bordean el camino.

En el siglo XVI Felipe II vendió el pueblo, pero los vecinos lo recuperaron
De sus canteras salió piedra con la que se construyó Cibeles o Correos

El crucifijo, del siglo XV, está rodeado de tres nudos que representan los votos de pobreza, obediencia y castidad. "Me da miedo que cualquier listillo se la lleve", masculla López detrás de la barra de su taberna. Pese a sus temores, se vende como atractivo turístico y aparece como visita indispensable en las rutas para conocer este pueblo de la sierra de Madrid, a 53 kilómetros de la capital. No se sabe muy bien cómo acabó esto decorando la tapia del cementerio. En los alrededores no hay ninguna iglesia. Se maneja la teoría de que podría proceder de los bienes desamortizados de algún convento, tal y como se explica en la guía.

Lo que se sabe seguro es que los vecinos de Redueña han tenido que luchar mucho por su territorio. En el siglo XVI, el pueblo fue vendido por Felipe II y lo recuperaron sus vecinos pagando una gran cantidad de maravedíes. Volvió a ocurrir lo mismo dos siglos más tarde y no fue autónomo hasta que el rey le concedió el privilegio de villazgo, según consta en la documentación histórica que ha recabado el municipio.

Precisamente, como algo histórico se recuerda el trabajo que hacían los canteros en las montañas. Cerraron hace 80 ó 90 años, convienen los mayores del lugar. De esas canteras salió parte de la piedra con la que se construyó la fuente de la Cibeles o partes del Palacio de Correos, sede actual del Ayuntamiento de Madrid. La herencia de la piedra también se nota en la sangre de la gente de aquí. Un buen número se apellida Gorrochategui, por la herencia de unos hermanos vascos que vinieron a trabajar la piedra y de paso dejaron una gran descendencia.

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En el centro del pueblo se encuentra el edificio donde se ubica el Ayuntamiento. De granito y piedra como las que se utilizaban para levantar los edificios del régimen franquista, se construyó a finales de los cincuenta y hoy está catalogado como edificio protegido. En los carteles explicativos se detalla que el edificio anexo que tiene era la antigua casa del cura. El párroco del pueblo se compartía con el municipio de Venturada y no dormía siempre aquí, aunque se le guardaba la casa, como era costumbre. Se alquiló a una familia para que el sacerdote la encontrase caliente y en buen estado. Años después se permutó el edificio con el Arzobispado de Madrid y la casa del cura pasó a ser lo que era antiguamente el lavadero.

Hay también un par de rutas por la que se encuentra siempre a gente caminando. La de más solera consta de dos kilómetros y atraviesa un encinar. Es un viejo camino del Canal de Isabel II. Lo más novedoso es que está adaptado para invidentes (dispone de una guía interactiva y en braille) y personas en silla de ruedas. Se ve llegar a Conchita Pérez, ayudada por una garrota, y a su marido, Emilio del Río, exempleado de banca. La familia, residente en Madrid, se compró una casa en el pueblo porque no tenían vacaciones en verano y quería pasar estos meses en un ambiente fresco, como este de la sierra. Más allá unas mujeres pasean un perro pequeño. ¿Por qué va armada Conchita con una vara de madera si a simple vista se la ve ágil como un corzo? "Por si te sale una culebra o un perro", contesta. Su marido añade: "O por si tienes que atravesar unos matorrales o apartar unos hierbajos". O quién sabe si para evitar que algún "listillo", como diría el del bar, se llevase la cruz. Redueña permanece vigilante.

La cruz gótica del cementerio de Redueña, cuyos habitantes protegen con celo ante el riesgo de que pueda ser robada.
La cruz gótica del cementerio de Redueña, cuyos habitantes protegen con celo ante el riesgo de que pueda ser robada.SANTI BURGOS

Hornacinas

- En plaza de Castilla, la línea 197 para en Redueña, situado al comienzo de la sierra de la Cabrera, tras un trayecto de unos 40 minutos. El viaje cuesta 4,20 euros.

- El arroyo de las Huertas pasa por el municipio y deja zonas de huerta y regadío. El Canal Alto de Isabel II, según informa el Ayuntamiento en su web, cruza el municipio de norte a sur.

- Se recomienda como lugar de interés la iglesia de San Pedro Advíncula, de estilo renacentista. De piedra caliza, fue construida entre los siglos XIV y XV. Dentro guarda instrumentos antiguos como las hornacinas y una escultura románica de la Virgen con el niño. También es recomendable conocer el potro de herrar donde se calzaba y se curaba a los animales antiguamente.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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