"Me apasiona entrenar"
Conchita Martínez trabaja con las jugadoras australianas
Es la diferencia entre la piel y el plástico. Este curso se cumplen cinco años desde que Conchita Martínez, ganadora de Wimbledon en 1994, anunciara que dejaba el tenis. La niña que creció jugando contra una pared en Monzón (Huesca), guiando la pelota entre el ulular del cierzo, no ha sido capaz de abandonar su deporte. La antigua campeona tiene una misión: enseñar a la australiana Anastasia Rodionova sus secretos. No es el único objetivo. Conchita fue una tenista de tacto y sensaciones, técnica, de sensibilidad y piel reactiva. Hoy ve el circuito femenino convertido en una sucesión de jugadoras fotocopiadas y sin aristas, golpeadoras planas, de serie, plástico puro. Cambiar eso es parte de su lucha.
"A mí me gusta enseñar, pero no todo tipo de tenis", argumenta la española. "Hay expertos para todo. A nivel profesional, me gusta mucho enseñar en el día a día. Veo complicado enseñar a un principiante, decirle cómo tiene que coger la raqueta. Lo que creo es que en el tenis falta variedad, que hay menos variedad de golpes", continúa; "llevamos años así. He visto esa evolución. Lo que intento es fijarme en la técnica, porque creo que tengo buen ojo, y en la táctica. En eso hay que hacer hincapié. A veces hay que volver a la base. 'Esta pelota te llega aquí, tú tienes que hacer esto". ¿Por ejemplo? "A Rodionova, le dije: 'Mira, recto, plano, con golpes que llegan a la altura de la cintura, hay muchas'. Ella, sin embargo, tiene un don: puede jugar liftado, cambiar las alturas, y eso intento que trabaje. Intento hacerle ver cuán más difícil para el contrario es una bola con peso, que venga alta y le empuje hacia atrás, que una bola que le viene recta y a la altura de la cintura. Intento también enseñarle la paciencia. ¡Por ahora no me ha hecho una mala cara!".
La aragonesa, que ha firmado un contrato con la federación australiana para ayudar a varias de sus tenistas, se siente bien equipada para el trabajo por la experiencia. Tuvo una carrera prolífica en títulos, éxitos y entrenadores. ¿Cómo era ella como jugadora?
"Conchita", explica Gabriel Urpí, que fue uno de sus técnicos, "es una perfeccionista, una trabajadora. Como jugadora, buscaba siempre la excelencia. Era muy independiente. Ahora somos más amigos que cuando nos entrenábamos juntos. Ella tenía su espacio privado tras el trabajo. Ahora es una de mis grandes amigas. Tiene un gran corazón, una gran calidad humana. En el tenis tenía tendencia a ser conservadora respecto a los cambios. Cuando un tenista es tan bueno, tiene su manera de ver las cosas. Sus razonamientos tenían mucha lógica. Que ahora se ponga a entrenar me sorprende, pero poco. Ama el tenis. Quiere mantener un contacto. Por eso se ha puesto a entrenar".
"Esto", dice la tenista retirada, "lo llevo dentro. Quiero devolver al tenis algo de lo que me ha dado. Siento pasión por esto. Veo cosas diferentes a cuando jugaba. A la jugadora hay que dejarle las cosas claras, lo que quieres que dé de sí. Si no son abiertas a tus ideas, no merece la pena seguir. Es perder el tiempo. Tienen que creer en ti".
Conchita fue una niña que se dormía en un coche mientras Cecilio, su padre, le llevaba a entrenarse. Se convirtió luego en una campeona que construyó, con Arantxa Sánchez, la época más gloriosa del tenis femenino español. Hoy es directora del torneo de Marbella, en el que negocia los contratos ("tengo claro lo que quiero") y mima a las tenistas.
Martínez, que divide su vida entre San Diego y Barcelona, sueña con hacer algo relacionado con la restauración, sigue cogiendo su raqueta y, por supuesto, entrena. ¿Y la mujer? ¿Le adelantó la tenista? "No; niños, no. No tengo esa vocación", contesta; "me gusta estar en la pista. Soy muy seria. Soy muy trabajadora y me apetece esta experiencia. Me hace feliz".
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