El arcano del juez fallido o el suplente de sí mismo
Un magistrado del Supremo participa en los casos 'Bildu' y 'Garzón' sin cumplir los requisitos para el cargo
¿Qué tipo de orgullo adorna a un magistrado del Supremo que se mantiene en su puesto más de dos meses después de que sus colegas hayan sentenciado que no cumple los requisitos para el mismo?
Por si no lo saben, el nombramiento de Rafael Gimeno-Bayón como magistrado de la Sala Civil del Supremo por el turno de juristas de reconocida competencia originó, el 28 de enero de 2010, el primer cisma en el pleno del Consejo General del Poder Judicial.
La Comisión de Calificación, a través de la cual deben proponerse los candidatos al pleno en forma de terna, había designado como más idóneos para ese puesto a tres catedráticos de Derecho Civil de larga trayectoria: Carlos Lasarte, de la UNED; Juan Roca Guillamón, de la Universidad de Murcia, y Mariano Yzquierdo Tolsada, de la Complutense de Madrid.
Sin embargo, los vocales con más poder en el Consejo: Margarita Robles, integrante de Jueces para la Democracia (JpD), y Manuel Almenar, de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM), afines al PSOE y al PP, respectivamente, habían encontrado una fórmula mejor. Entre ellos pactaban los candidatos que les interesaban, según el criterio hoy el tuyo, mañana el mío, y luego los imponían a la Comisión de Calificación para que respaldase sus enjuagues.
Si la comisión aceptaba, perfecto. En caso contrario, pasaban al plan B, consistente en una artimaña legal para puentearla: presentarlo directamente al pleno. Automáticamente, el nuevo nombre se añadía a la terna surgida de la comisión pero sin haber pasado por su filtro.
Así fue como Robles y Almenar propusieron a Gimeno-Bayón, que no es doctor ni profesor titular, ni catedrático, y solo llevaba seis años y tres meses en el ejercicio de la abogacía, en lugar de los 15 requeridos.
Y usted se preguntará ¿qué otros méritos adornarán a un candidato que resulta elegido con un currículo tan notablemente inferior? Pues quizá no tiene nada que ver, pero Gimeno-Bayón era juez en excedencia, perteneció a Jueces para la Democracia en su momento y estuvo en la Sección 15 de la Audiencia Provincial de Barcelona, donde fue compañero y amigo de Margarita Robles.
La maniobra supuso que el vocal José Manuel Gómez Benítez, miembro de la comisión, presentase su dimisión y denunciase el cambio de cromos en los nombramientos.
Como lo que no se hace bien muchas veces no acaba bien, poco más de un año después de aquel nombramiento, el pasado 13 de abril, los 36 magistrados de la Sala de lo Contencioso del Supremo lo revocaron, por abrumadora mayoría, por considerar que Gimeno-Bayón no cumple la condición de llevar 15 años de ejercicio como jurista de reconocida competencia.
Cualquiera al que sus colegas le hubieran dicho que no puede seguir en su puesto, hubiera concluido los casos pendientes y se hubiera retirado discretamente para evitar el oprobio, pero Gimeno-Bayón, a la vista de los tiempos del Supremo -dos meses para que una sentencia cruce la calle Marqués de la Ensenada y llegue al Consejo del Poder Judicial- ha multiplicado su actividad. Además de los casos de la Sala de lo Civil que tenía pendientes, después de saber que tenía que irse ha participado en las deliberaciones de la Sala del 61 sobre si la coalición Bildu podía presentarse a las elecciones del 22-M y sobre la recusación por Garzón de cinco magistrados de la Sala Penal que tenían que juzgarle por el caso de los crímenes de la Guerra Civil.
La sentencia ya ha llegado al Consejo, pero Gimeno-Bayón seguirá ejerciendo por lo menos hasta el 30 de junio, cuando el pleno la ejecutará. Como el puesto le ha gustado, ahora parece que, burlando su propia sentencia, el Supremo le propondrá para una plaza de suplente, cuando en el Supremo hay magistrados eméritos, pero no suplentes, así que Gimeno-Bayón será suplente de sí mismo.
No se trata de cuestionar su sindéresis, esa capacidad natural para juzgar rectamente, sino que como hace cuatro siglos decía Tirso de Molina, uno de los dramaturgos más grandes que han dado nuestras letras: "Peca de grosero quien aguarda que le digan que se vaya".
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