Melancolía en vena
El cantautor madrileño con querencias cántabras alterna guitarras, piano y armónica, en la más pura tradición trovadoresca. Y su único aliado en escena, Jacob Reguilón, acaricia el contrabajo y se permite alguna incursión puntual por las seis cuerdas. Ese es todo el armazón sonoro de Desbandados, la gira con la que Q uique González quiere regresar a la esencia acústica, a la desnudez formal y escénica. Aunque en estos casos nunca queda claro si es por puro impulso artístico o porque, en tiempos de penurias y presupuestos depauperados, los formatos livianos son los más viables.
De cualquier forma, la sobriedad le sienta bien a González, hombre de pocas alharacas, semblante cariacontecido y la melancolía en vena. Repasó durante casi dos horas temas poco trillados de su repertorio, pero el argumentario es parejo al de los que hicieron más fortuna: vivencias de chico desolado y sensible, amigos añorados, barcos que encallan, amores desvanecidos, frases que no se dijeron a tiempo y noches que se prolongan de manera suicida. Y todo ello sazonado con pequeños homenajes a sus santones particulares: un par de alusiones a Enrique Urquijo, una adaptación al castellano de Jackson Browne, citas de Antonio Vega, Fito Páez o el Downtown train de Bruce Springsteen y una sorprendente versión final de Hoy puede ser un gran día, de Serrat. Con apenas un 10% de la euforia del original, evidentemente. Además, se ha dejado un bigotito como el de cuando James Taylor gastaba media melena.
A Quique le sale la vena de perdedor hasta cuando ejerce de madridista: contó que su ídolo era Santillana cuando todos los chiquillos le pedían los autógrafos a Butragueño. Y Reguilón tiene algún problema de afinación con el arco, pero su pizzicato suena cálido y hermoso.
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