La caja llena de recuerdos del alcalde saliente
Pedro Castro, regidor de Getafe, hace la mudanza y repasa su trayectoria tras 28 años en el Ayuntamiento
Pedro Castro, un tipo de 38 años con bigote, entra por vez primera con cargo por la puerta del Ayuntamiento. Es 1983. Sindicalista, reivindicativo, hombre de pueblo manchego, acaba de ser elegido alcalde de Getafe. No sabía muy bien qué hacer. Accede a un despacho casi vacío. Se sienta ante el escritorio. Le tocan a la puerta pasado un tiempo. Le mandan un recado: "Don Pedro, dice el secretario municipal que baje a firmar". Se queda pensando unos segundos y le contesta: "Dígale de mi parte que suba él". Castro cree en ese momento que ya es hora de que sea el político el que mande. Los funcionarios han estado décadas gestionando la vida municipal. A él, al fin y al cabo, lo ha elegido la gente.
De eso hace ahora 28 años, tantos como Castro (Tomelloso, 1945) ha permanecido en el mismo puesto. Ahora le ha llegado el momento de marcharse. Hoy se celebra la sesión de investidura en la que, salvo sorpresa, saldrá elegido por primera vez en esta ciudad un alcalde de derechas, Juan Soler (PP). El histórico regidor, querido por unos, criticado por otros, se ve obligado a dejar el poder. Se muda a la oposición.
El despacho de Castro está lleno de maquetas de aviones. En una esquina hay un óleo gigante del Rey Juan Carlos y las paredes están cubiertas de fotos con personalidades. El socialista se pone a hacer la mudanza a mediodía y las guarda una a una, con nostalgia, en una caja. La gente que le rodea habla de que nunca le habían visto tan triste. De cara a la gente aparece con el mismo vitalismo que acostumbra. La política no está hecha para personas con ojeras, derrotadas, cansadas. Castro lo sabe.
-Este es el final de una etapa. ¿Cómo lo encara?
-Mi mujer me dice que lo voy a disfrutar. Se trata de ver la vida de otra manera. Y te digo que Hortensia nunca se equivoca. Bueno, sí. Nada más ser elegido me dijo que ella no iba a dejar de trabajar en el hospital porque a lo mejor esto de ser alcalde iba ser efímero.
Este viaje no ha sido breve pero ha llegado el momento de decir adiós. Su familia sabe que ser alcalde ha sido para él todo en la vida. Sus tres hijos le llaman varias veces al día y le visitan continuamente. Están muy encima. Gente muy cercana le ha pedido que dé un paso al lado y no se siente en el banco de la oposición. Sin embargo, hasta el momento no da su brazo a torcer y recogerá su acta de concejal.
Como alcalde, ha pasado por tres crisis de gobierno. La primera en los ochenta con la reconversión industrial de Solchaga. Más tarde, en 1995, arrinconados por los casos de corrupción, todo socialista llevaba en la mochila a Luis Roldán. Castro sacó entonces 11 concejales. Estuvo a punto de perder. Cuatro años después se recuperó y obtuvo cuatro ediles más. La tercera crisis se lo ha llevado por delante. El PP regional ha sabido convertir las municipales en un plebiscito sobre las generales. Las carreteras del sur estaban durante la campaña llenas de carteles con la foto del presidente Zapatero y el secretario general del PSM, Tomás Gómez, en actitud distendida, riéndose. Junto a una leyenda: 5 millones de parados. La Junta Electoral obligó al partido de la calle Génova a identificar que el cartel era suyo. El mensaje, poco sofisticado si se quiere, caló. "Hemos corrido con handicap, como a los caballos a los que les ponen peso. No se ha discutido sobre la vida municipal y lo hemos pagado", reflexiona Castro ante una mesa alargada. Sus colaboradores leen recortes de periódicos donde se habla de su marcha.
-Es la primera vez que no ha tenido su futuro en su mano. Usted, en política, siempre ha estado acostumbrado a tener el timón.
-He chocado por primera vez en mi vida con un muro. No he tenido capacidad de decisión y eso se sufre.
La vida ha cambiado mucho desde que aquel Pedro de pueblo dejó Tomelloso y se fue a vivir a una pensión de la ronda de Valencia. Se involucró con los sindicatos de la fábrica en los que trabajaba. El movimiento sindical era muy fuerte a principios de los ochenta en las ciudades del cinturón de Madrid, a donde habían emigrado muchos andaluces y extremeños. El juego democrático no había hecho más que empezar. "Antes inaugurabas una farola e iba todo el pueblo. Ahora inauguras una Universidad y si te descuidas lo haces tú solo", cuenta el alcalde, como le gusta que le llamen. Getafe, bajo su mandato, ha cambiado mucho. Antes para ir a un especialista médico había que ir a la calle Quintana, en el barrio de Argüelles. Ahora hay empresas como Airbus o Siemens y universidades. Él está orgulloso de haber seguido una hoja de ruta que marcó el arquitecto Norman Foster para la ciudad. "Eso ha cambiado el municipio".
Político inclasificable, sus críticos le acusan de haber convertido el Ayuntamiento en un cortijo después de tantos años en el poder. Y de haber perdido en ocasiones la perspectiva del cargo. Llegó a pedir un referéndum para que Getafe fuese nombrada capital de la región, en detrimento de la Villa de Madrid. Y en 2008, apenas un año después de ser nombrado presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) se preguntó en un acto público: "¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?". Le llovieron las críticas y aguantó como pudo las embestidas del PP.
La realidad es que esos aires de grandeza le han hecho pasarse de frenada en ocasiones pero a la vez hace que esté él y su ciudad en boca de todos. De niño, un maestro le animó a seguir utilizando la mano izquierda en vez de la derecha, al contrario de lo que se estilaba. Esa actitud de ir a contra la corriente ha moldeado su personalidad. Eso le llevó en los ochenta a presentarse en Nueva York para promocionar Getafe, un lugar que sonaba entonces a chino. Castro se va habiendo puesto a Getafe en el mapa.
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