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Columna
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Adiós bipartidismo, adiós

Lo más importante que ha sucedido en la Comunidad Valenciana a partir del resultado electoral del 22-M es que se ha acabado con el bipartidismo. Ya no hay únicamente dos partidos políticos que se reparten hegemónicamente el poder con el rescoldo testimonial de Esquerra Unida. A partir del 22 de mayo sabemos que es posible superar la barrera del cinco por cien y que las consecuencias del acontecimiento han sorprendido y enojado a los preclaros estrategas del PP y del primer partido de la oposición, el PSOE. Al PSPV le han organizado un funeral de primera, con el resultado más desastroso que la apuesta socialista ha tenido en la Comunidad Valenciana, desde el inicio de la transición a la democracia en España.

Se han vivido con estas últimas elecciones una victoria, una derrota y una emergencia. Quienes han vencido, como estaba previsto, han sido los populares, frente a un partido socialista claramente perdedor. La fuerza emergente está en Compromís -con tres partidos en coalición- y en Esquerra Unida, que mantiene, como puede, su posición.

Hoy se percibe que no solo hay dos partidos políticos que se van a repartir el poder autonómico y municipal. El partido socialista ha recibido una lección de humildad, porque ya es consciente de que solo y con sus únicas fuerzas va a ser imposible que le arrebate la hegemonía a los populares.

Los valencianos ven que nuevas iniciativas son posibles y que el panorama político de representación es más justo y proporcional. Durante demasiadas convocatorias electorales se ha jugado la baza del voto útil y se han despreciado miles de votos que han quedado relegados en el sueño de los justos. Esa especie de limbo electoral donde los valencianos hemos colgado, con aceptación responsable, la voluntad de los que votan, sin sumar más del cinco por cien de los electores de la Comunidad Valenciana. El falseamiento de la voluntad democrática que ha supuesto, nadie será capaz de evaluarlo, cuando todavía sigue vigente una normativa electoral que penaliza a las minorías en beneficio de los partidos mayoritarios, que son los que controlan la maquinaria legislativa.

Narcís Serra, decía que en política hay que estar en la sala de máquinas. En España las habas se cuecen en Madrid y por eso es importante influir en el mando de la Administración central del Estado. El contrapoder territorial se encuentra en Cataluña y de alguna forma en el País Vasco. Lo demás es tierra conquistada, salvo alguna digna excepción. Pero para tener algo que decir en Madrid, con voz propia, hay que ejercer una posición fuerte en la demarcación de origen, en la Comunidad Valenciana.

Los valencianos, desde Abril Martorell y compañía, no hemos pintado nada en Madrid y para aquel viaje nos sobraban alforjas. A fuerza de tanta genuflexión y de continuas claudicaciones, los valencianos ciertamente hubiéramos podido ser de Salamanca, para que se entendiera cómo defendemos nuestros intereses con los resultados que se aprecian.

No hace falta recurrir a la letanía de agravios que todos conocemos ni a la artimaña de echarle la culpa a Aznar o a Zapatero, de lo que únicamente somos responsables los de aquí, por ineptos.

Y cuando se habla de influir en Madrid, no podemos ignorar las innumerables tentativas de los dirigentes empresariales para hacer el ridículo con un imposible "poder valenciano" que no se creían ni ellos. ¿Cómo se puede pretender que se nos considere en Madrid, capitaneados por quien no entiende cómo se tiene que gobernar aquí, para que nos respeten?

La capacidad de visualización política surge de la firme voluntad ciudadana que los políticos tienen la obligación de representar. En la Comunidad Valenciana, ese planteamiento todavía es una incógnita. El bipartidismo, de momento, se ha roto y sabemos que otras opciones son posibles. Todavía quedan muchos matices, entre populares y socialistas, para que la sociedad valenciana exprese su voluntad para ser gobernada de acuerdo con su pluralidad ideológica, comarcal, económica y social. Mientras no sean capaces de emerger todas esas opciones y de organizarse para tener cauces de expresión y representatividad, la Comunidad Valenciana tendrá mermadas sus posibilidades y habrá oportunistas que, a base de silenciar y tergiversar, se apropiarán de la voluntad de los valencianos.

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