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Editorial

Complicada reestructuración

Nunca como hasta ahora se habían manejado tantos eufemismos para nombrar la reestructuración de una deuda pública. La cruda realidad indica que la deuda de Grecia no podrá atenderse si no hay una reducción significativa de su servicio, del principal y/o de la carga por intereses. Algo más de un año después de que recibiera el primero de los rescates de los tres que se han aprobado hasta ahora para economías de la eurozona, el Gobierno griego declara su incapacidad para atender el servicio de la deuda correspondiente al próximo año. La situación de Grecia es peor que hace un año y, a pesar de los ajustes en las finanzas públicas, los mercados exigen un tipo de interés que duplica el de entonces, reflejo de una mayor aversión al riesgo. A las agencias de rating les falta tiempo para profundizar en la herida y degradar todavía más la calidad crediticia de ese país. Y los partidos políticos están lejos del mínimo acuerdo necesario.

La situación de las otras dos economías rescatadas, Irlanda y Portugal, tampoco demuestran la buena gestión de la crisis europea; más bien todo lo contrario. En realidad, más allá de las circunstancias estrictamente económicas, han sido la torpeza y el desencuentro entre las instituciones europeas las que han contribuido a que esos tres rescates no hayan eliminado 12 meses después las tensiones de la eurozona. La mejora en la calidad del gobierno de la UE, la necesidad de avanzar hacia la federalización de la zona euro, de fortalecer la unión política, emergen como exigencias para preservar la propia unión monetaria. Que esta se articule en torno a un ministerio de finanzas, como ahora propone el BCE, o cualquier otra institución es menos relevante. Lo esencial es que todos los que sigan dispuestos a compartir moneda lo estén también a ceder soberanía de forma significativa.

La otra lección que deja el vía crucis griego es la influencia perversa que pueden ejercer políticos irresponsables. La incapacidad de los partidos políticos griegos para convenir con el FMI y la UE en las condiciones de la nueva financiación han acentuado la prima de riesgo de esa economía: han aumentado el coste financiero que habrán de seguir soportando las empresas y las familias griegas, además del presupuesto público. Esas actuaciones están contaminando igualmente al resto de las economías de la eurozona consideradas periféricas.

La experiencia griega es relevante para España. Aunque la relevancia de los problemas de ambas economías no sea ni mucho menos similar, es cierto que los mercados siguen observando con atención e inquietud la evolución de la economía española y, muy especialmente, la de sus finanzas públicas, el impacto en las mismas del pobre crecimiento económico y el elevado desempleo. La interinidad abierta tras las pasadas elecciones no favorece la mejora de la percepción de la solvencia española. Sobre todo si se hace de la fiabilidad de las cifras de déficit y deuda de las comunidades autónomas un asunto de batalla electoral. La prima de riesgo de España, el distanciamiento definitivo de las otras economías periféricas depende hoy en gran medida de que los españoles no reediten las torpezas de sus colegas griegos. -

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