Albert Oehlen / Joseph Kosuth
Estos duetti o mano a mano, fórmula que emplea Juana Aizpuru en su celebración del 40º aniversario, no funcionan, como es lógico, siempre igual. En el caso que ahora nos ocupa, el del estadounidense Joseph Kosuth (Toledo, Ohio, 1945) y el alemán Albert Oehlen (Krefeld, 1954), el emparejamiento es sutil y aleccionador. Kosuth, todo el mundo lo sabe, cobró una temprana gloria al exhibir, en 1965, sus sillas -real, fotográfica y escrita-, convirtiéndose en el icono del arte conceptual, radicalización lingüística del ready-made duchampiano, hallazgo devastador que como su precedente comprometió no sólo la supervivencia de todo el arte restante, sino del propio. Durante un par de décadas, Kosuth sobrevivió mediante este discurso del arte desnudado por la filosofía -sus "solteros"-, pero, ya al filo de 1990, no tuvo más remedio que hacer un arte ornamentado, y, como tal, transido de melancolía. En eso sigue, como lo podemos apreciar en las piezas que presenta ahora, fechadas en estos últimos años, con fragmentos de una partitura musical de Rossini en una escritura de neón o textos inscritos en transparentes láminas de cristal, que descifran tropos retóricos.
Albert Oehlen / Joseph Kosuth
Galería Juana de Aizpuru
Barquillo, 44. Madrid
Hasta el 20 de junio
El más bullicioso y barroco Oehlen presenta, por su parte, una serie de media docena de cuadros fechados en 2009, que ilustran la obsesión de su autor por desmitificar la pintura mediante la pintura, lo que ofrece una supervivencia más socorrida. Aunque, quien visite sin demasiado aviso previo esta exposición conjunta, pueda parecerle, de entrada, que se halla ante dos universos antitéticos, en realidad, Oehlen se mueve en la misma cuerda floja que Kosuth y, como éste, bordea el equívoco irónico y es tragado por él. ¿Qué hacer con el arte cuando estamos convencidos de haber desvelado su misterio, o, lo que es lo mismo, su sentido? Pues ¡seguir haciéndolo! mal que nos pese. Al fin y al cabo, cualquier motivación es buena, y, máxime, cuando al viejo conceptualismo le sucede un conceptualismo renovado, sin que tampoco deje de estar atrapado por la misma contradicción. Lo curioso, como lo podemos comprobar en este mano a mano muy bien traído, lo que nos sigue fascinando de cada artista es eso que no consigue explicarnos: la presentación de su singular representación. Y dos voces concertadas suenan bien: son un dúo. Recuerdo el texto de Kosuth Arte después de la filosofía (1969) y pienso: ¡qué verdad!
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