Santa y casposa Sevilla
Sevilla ya tiene lo que quería: un alcalde que se ocupe de lo que le preocupa a la gente, quitar bancos y farolas de moderno diseño y ponerle una calle a Antonio Burgos.
Enarbolando la bandera de la austeridad frente al despilfarro de los socialistas, el popular Juan Ignacio Zoido logró el 22-M un triunfo espectacular en Sevilla. Por ello, la noticia de que pensaba gastarse casi 400.000 euros en retirar 16 farolas y algunos bancos de madera de tres plazas sevillanas se convirtió en la noticia del día en Twitter.
Para el alcalde electo, había que tomar esa drástica medida para "buscar la coherencia y la armonía en el casco histórico". Farolas y bancos de atrevido diseño serían trasladados a calles del extrarradio, donde ofenderán menos al buen gusto de la Sevilla eterna.
Aunque su primera acción política sería eliminar el nombre de Pilar Bardem del callejero sevillano. La anterior corporación sustituyó en 2007 los nombres de 70 calles en cumplimiento de la ley de Memoria Histórica. Una de ellas, la del franquista general Merry, recibió el nombre de la madre de Javier Bardem, nacida en Sevilla en 1939.
El doble anuncio de Zoido desconcertó incluso a sus seguidores. Que las primeras medidas del nuevo alcalde, en una ciudad asolada por el paro, como el mismo Zoido ha repetido a lo largo de cuatro años de campaña, fuera gastarse docenas de miles de euros en cambiar unas farolas de sitio y renombrar una calle, suenan a insulto a la inteligencia. Alguien le tiró de las orejas y Zoido descartó el carácter de urgencia de tan brillantes iniciativas.
Pero Zoido nos ha descubierto la filosofía que presidirá su mandato: un regreso a la Sevilla tradicional, tópica y revanchista. No es extraño que declare su intención de ponerle una calle al escritor Antonio Burgos, sin duda el paladín de esa Sevilla añeja.
Sí, Antonio Burgos, el mismo que fustiga desde el periódico monárquico a homosexuales, mujeres progres, sudacas, negros o catalanes, como recuerda José María Izquierdo en su impagable libro Los cornetas del Apocalipsis. El mismo Burgos que ha dejado esta perla de la literatura castiza sevillana: "Leire Pajín tiene cara de actriz porno, pero de las depravadas, de las que hacen el número de la cabra o se dedican a dar conciertos de flauta dulce en las nocturnas de Canal 47". Escrito está. En Abc.
Claro que quizá Zoido admire otras cosas de Burgos. Por ejemplo, la defensa incansable que hace de procesiones y otros actos y símbolos religiosos. Porque el nuevo alcalde sevillano es un fiel y agradecido devoto. Y si su mentor Javier Arenas expresó durante la campaña electoral en su pueblo el deseo de postrarse "a los pies de la gran alcaldesa de Olvera, que es la virgen de los Remedios", Zoido rezó una salve, al día siguiente de su triunfo, a los pies de la Macarena de Sevilla. Un asunto privado, que el interesado convierte en público al remitir media docena de fotografías a los medios informativos.
Unos días después, el periódico donde escribe Burgos se lamentaba de que "solo tres ediles socialistas asistieron a la Eucaristía que se celebró en el Altar Mayor de la Catedral", para celebrar la festividad de San Fernando, "el rey santo que conquistó la ciudad y se convirtió en su Patrón". Por el contrario, resaltaba la numerosa presencia de ediles del PP, ¡once nada menos!, con su alcalde electo al frente.
Las farolas, el callejero, las salves a María, el santo patrón, preludian el mandato de Zoido. Son algo más que simples anécdotas. Desvelan una manera de entender la vida pública. Anuncian una Sevilla menos laica y más casposa y beata. Una Sevilla de "charanga y pandereta, cerrado y sacristía", como escribió el más predilecto (éste sí) de sus hijos: Antonio Machado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.