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Columna
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Zapatero en Farsalia

El oficio de líder es muy difícil y únicamente resisten los más fuertes. Zapatero se coló hace unos años con la frescura de un descarado en el selecto club de los barones del PSOE, cuando estos lo tenían todo apañado para que fuera uno de ellos el sustituto de sí mismos. Alcanzó la secretaría general de los socialistas con una pandilla de jóvenes diputados, cuatro ideas importadas del nuevo laborismo británico, más moral que el Alcoyano, y una mezcla ingeniosa de ideología de izquierda, buenismo y optimismo antropológico. La militancia estaba tan alicaída que recibió a este diputado de León como Roma acogió a Cayo Julio César tras la batalla de Farsalia, una guerra que le ganó a Pompeyo y que abrió las puertas al inicio del gran imperio romano.

La fortuna volvió a sonreírle. Y a la inesperada victoria interna le siguió otra inesperada victoria al PP en las elecciones generales, lo que convirtió a Zapatero en el mayor líder del PSOE en la democracia desde la marcha de Felipe González. ZP alcanzó un poder mayúsculo en el partido y una disposición enorme a darle la vuelta al engranaje de una organización, que tras 100 años de historia, empezaba a rechinar por los cuatro costados y estaba en manos de barones territoriales casi tan viejos como el PSOE. Zapatero afrontó, posiblemente, la legislatura con las iniciativas y las leyes más progresistas realizadas en Europa, lideró uno de las épocas más boyantes de la economía española y se encontró con una bicoca: enfrente, en la oposición, tenía un contrincante que perdió en las urnas cuando cantaba la victoria, lo discutían sus propios compañeros y no entusiasmaba ni a los más hinchas de sus militantes.

La historia de su segundo mandato es bien distinta. Zapatero dejó de ser ZP hace justo un año, cuando en un Consejo de Ministros aprobó un paquete de medidas económicas y una reforma laboral que evitó la intervención de Bruselas ante la presión de los mercados, pero que no impidió frenar un paro desbocado que alcanza los cinco millones de desempleados en España, el mayor drama social de este país en mucho tiempo. Desde ese día, Zapatero está dando vaivenes ideológicos en un único sentido. Justo en el sentido contrario al que hubieran deseado sus votantes. El mercado se impuso a sus ideas y el PSOE se quedó sin discurso y sin discusión, sin debate y sin crítica, y, finalmente, sin poder institucional. Las elecciones municipales y autonómicas del 22-M fueron el mayor varapalo a los socialistas desde el inicio de la democracia. Perdieron tanto, que quedaran al borde de perder la capacidad de volver a ganar en mucho tiempo.

El caso es que, en apenas una semana, Zapatero se ha quedado con cuatro costuras para sobrevivir a esta legislatura. Los barones, aún siendo incapaces de defender sus baronías, han decidido cambiar de líder pero sin hacer mudanzas en el partido. Y, por lo tanto, dejando al todavía presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, con una doble renuncia. La renuncia a sus ideas por la crisis económica y la renuncia a su talante por la crisis política. Zapatero hará el relevo en el PSOE con una suerte de primarias de mentirijillas que ha dejado atónito a una parte importante de la militancia y a otra parte sustancial de lo que queda de electorado. La historia discurre, a veces, para volver a un estado anterior. El PSOE se encuentra ahora, justo en el momento previo a la irrupción de Zapatero en el congreso donde los barones hacían y deshacían entre ellos.

Un líder sin liderazgo junto a unos barones sin baronías ha decidido elegir al dirigente que debe recuperar al electorado perdido en unas primarias con un resultado conocido de antemano. Dicen los historiadores que Julio Cesar ganó la batalla de Farsalia por un error garrafal: Pompeyo decidió emplear una estrategia que su enemigo acababa de emplear contra él.

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