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Columna
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Cambio de piel

Zavalita, el protagonista de Conversación en la Catedral, tras mirar sin amor las calles de su ciudad, se preguntaba en qué momento se jodió el Perú. Después de las elecciones del domingo, en vez de contemplar los restos del naufragio, quizá fuera conveniente interrogarse sobre las causas.

Los partidos de la denominada izquierda han renunciado al papel pedagógico y social que tuvieron en su origen y se han convertido en simples instrumentos electorales que administran una tradición, una ideología, contradictoria muchas veces con su práctica política. Por esa razón, en plena derrota, en vez de analizar las razones, se preocupan por los resultados

Después de los mercados, no hay nada que haya hecho tanto daño a las ideas de la izquierda como la apelación a un mal análisis sociológico que consiste, básicamente, en tomar nota de los cambios sociales para lamentarse amargamente o adaptarse a ellos. Así, constatan que la sociedad se ha derechizado o se ha rendido al populismo más reaccionario, como si no hubiera tomado parte en ello. IU no se interroga sobre las razones de su incapacidad para recoger el descontento de la izquierda social, se limita a hacer un recuento de pérdidas y ganancias en las que Córdoba es la dolorosa espina. El PSOE dice que acepta el castigo que la sociedad le ha propinado en las urnas pero descarta una revisión ideológica o una mirada a la izquierda social. El pragmatismo de los viejos tiempos no les deja ver la nueva realidad.

La sociedad no es un cuerpo enterizo sino plural y diverso. No es un objeto inanimado para la acción política. El problema es que la izquierda social -haya votado en las elecciones o no-, está cada vez más alejada de la izquierda oficial, en sus dos versiones electorales. Sus partidos están inmersos en una intensa crisis de representatividad, hasta tal extremo de que si consultaran, de forma no plebiscitaria, a su propia militancia política, comprobarían el abismo de incomprensión y de incomodidad que les separa.

Mientras que la derecha se encuentra a gusto con su representación, la izquierda está demandando un urgente cambio de piel. Un cambio que afecta tanto a los contenidos de la política como a la forma de realizarla. Esta izquierda social tiene una alta capacidad de análisis, de crítica y de porosidad. No van a reaccionar ante el peligro de la derecha, sino ante la ilusión de nuevos proyectos y nuevos valores con la condición de que puedan participar en ellos. Los jóvenes que resisten heroicamente en las plazas de nuestras ciudades están apuntando la luna del futuro: reforma de la política y compromiso social.

Porque quizá "el Perú" no se jodió con la crisis económica, quizá todo se estropeó mucho antes, cuando se asumió el crecimiento especulativo de nuestras ciudades, el desarrollismo sin límites, el individualismo como organizador social. Cuando no éramos todavía conscientes del papel de "los mercados" pero habíamos mercantilizado toda nuestra estructura social. Quizá "el Perú" de Andalucía se fue al garete cuando se acallaron las conciencias críticas y se premió el conformismo social.

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Por primera vez desde la transición, no están en juego las próximas elecciones, sino los próximos 20 años de nuestra vida. En vez de querer parar las olas desde la orilla, la izquierda debería tener la ambición de generar las olas del futuro. Y no lo puede hacer sola, reunida en sus sedes partidarias, lamiéndose las heridas o haciendo quiméricas cuentas de sumas electorales.

Si se empeñan en hacer lo mismo, obtendrán los mismos resultados. Si no empiezan a pensar de forma ambiciosa; si consumen los días en debates estériles sobre candidatos o persisten en completar la agenda de reformas que los mercados han impuesto, el porvenir será todavía más incierto. Por el contrario, es el momento de sacudirse el miedo y el inmovilismo. Sólo los cambios sinceros, mirando con los nuevos ojos de la sociedad, servirán de pasaporte hacia el futuro.

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