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El nuevo mapa local Los pactos
Columna
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Reflexión tras la batalla

Tras las elecciones del pasado domingo, como suele ocurrir siempre desde la misma noche electoral y durante los días inmediatamente posteriores, los partidos políticos más que análisis de los resultados electorales se dedican a poner en marcha una nueva fase de la propaganda electoral destinada a mejorar o mimimizar el impacto social de sus restultados. Y esto es lo que está sucediendo en Galicia desde el 22-M. Mientras el PP se empeña, lógicamente, en magnificar su victoria, el partido socialista y el Bloque, con la misma lógica, se esfuerzan en limitar los efectos de su derrota.

Pero, a despecho de unos y otros, es evidente que el PP ha ganado con claridad las elecciones, aunque el PSdeG y el BNG, pese al retroceso, no se desmoronan. El resultado producido en las mejores condiciones posibles para el partido conservador no es, pues, irreversible. Todo dependerá de cómo evolucione la situación política general y de cómo reaccionen socialistas y nacionalistas ante el resultado.

Que no olvide Feijóo que su victoria es menos contundente que la del PP en el resto de España

En las elecciones municipales de 2003 el partido socialista y el Bloque obtuvieron, por primera vez en la historia democrática, más votos que el PP. Dos años después, en 2005, los partidos de la izquierda conquistaban la Xunta con más de 100.000 votos de diferencia respecto al PP y en 2007 revalidaban su éxito en las elecciones municipales con una gran victoria que ponía bajo su control las alcaldías de todas las grandes ciudades y el de las principales villas del país. Con el Gobierno del Estado en sus manos, dirigiendo la Xunta y los principales ayuntamientos, todo indicaba que la izquierda protagonizaría un largo ciclo político en nuestra tierra. Sin embargo, en 2009 el PP recuperaba contra pronóstico el Gobierno gallego, y el pasado domingo una parte importante del poder municipal que había perdido hace cuatro años.

Si hago referencia a esta secuencia histórica es para recordarle a Feijóo dos cosas que no debería olvidar. La primera, que su victoria en Galicia, siendo indiscutible, es menos contundente que la que obtuvo su partido en el resto de España. La segunda, la velocidad con la que últimamente se desarrollan los acontecimientos y cambian las situaciones políticas. A este respecto le recomiendo al presidente de la Xunta -también a Rajoy- que moderen su entusiasmo y retengan la siguiente reflexión del expresidente de la República española: "El mayor desastre que puede cometerse en la acción es conducirla como si se tuviera la omnipotencia en la mano y la eternidad por delante. Todo es limitado, temporal, a la medida del hombre. Nada lo es tanto como el poder" (Manuel Azaña. La velada en Benicarló).

Por su parte la izquierda está obligada a realizar de una vez un análisis sereno pero profundo de los resultados y sus causas. Es cierto que en ese marco de reflexión general no pueden ignorarse los distintos escenarios, pues mientras en la provincia de A Coruña se produce un verdadero cataclismo, en ciudades como Lugo, Vigo, Ourense y Pontevedra, en las mismas condiciones adversas, no solo se resiste sino que en alguna de ellas incluso se mejoran los resultados. Pero lo importante es detectar la corriente de fondo y lo más preocupante es que la crisis afecta a toda la izquierda. En un pasado no lejano, cuando una de las fuerzas políticas progresistas descendía, otra recogía, al menos parcialmente, las pérdidas de la primera. Así sucedió en los años noventa cuando el BNG, aprovechando la crisis del PSdeG, se situó como segunda fuerza política de Galicia. Ahora, en cambio, ambos sufren simultáneamente un severo retroceso. Y algo parecido sucede a escala del Estado. En efecto, cuando el PSOE, como consecuencia de la corrupción y la guerra sucia contra ETA experimentó un serio descenso, IU subió exponencialmente. Sin embargo, ahora, cuando el PSOE obtiene sus peores resultados desde 1979, IU apenas incrementa su respaldo electoral en un punto porcentual.

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Sin duda, esta situación es el producto de varias causas. Pero quizá la más importante es que estamos asistiendo a un proceso en el que los grandes poderes económicos de carácter global y origen no democrático escapan a la regulación y control de los poderes públicos, imponen su ley y gobiernan el proceso mundial sin contrapeso alguno. El resultado es la marginación de la política y una crisis profunda de la democracia. En el fondo, esta situación y sus consecuencias es la que denuncian estos días miles de ciudadanos ocupando las plazas de las ciudades de nuestro país. Pero esto no tendrá remedio si la izquierda no es capaz de generar un marco unitario de movilización socio-política y de articular a todos los niveles (autonómico, estatal y europeo) poderes democráticos capaces de defender eficazmente el interés general. Pero de esto hablaremos otro día.

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