Románico
No hay nada como un concierto de Bill Callahan para descubrir la compleja arquitectura que tienen las cosas sencillas, aquellas que parecen no precisar de nada para mantenerse en pie. Una voz, dos guitarras y una batería tocada con manos, escobilla y baqueta son suficientes para que alguien con intención componga un edificio complejo del que solo parece verse una fachada austera.
Callahan es menudo, tanto que lo que más cuerpo tiene en su persona es la voz, que parece nacida para decir. Sin el concurso de un bajista, las composiciones que interpretó ganaron matiz gracias a pequeños detalles, melódicos punteos en la acústica de Callahan, quien suele mostrar el alma de sus canciones justo en los primeros instantes, aunque después el tiempo permita un amplio desarrollo.
BILL CALLAHAN
Bikini, 23 de mayo
Y Callahan tiene canciones tan enormes que una pieza del calibre de Too many birds sonó la tercera del repertorio, cuando en otros sería la gema reservada para el final. Pero el norteamericano tiene canciones, más que nunca recordando la idea de que todas ellas son una misma canción que habla, como todas, de nuestras fragilidades. Esas historias le ocuparon cerca de dos horas que pasaron en un pestañeo que dejó para cada uno de los presentes un momento para el suspiro. Para unos fue Rococo zephyr, para otros Jim Cain, para todos las canciones de quien, con una voz y dos acordes, es capaz de dar forma a una catedral. Románica.
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