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Columna
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¡Por fin todos juntos!

Esta semana he estado dando una charla en un centro de adultos de Móstoles. Adepa en Móstoles o el centro Joaquín Sorolla en Madrid recogen el entusiasmo de mujeres y hombres de edad y también de jóvenes que no pudieron estudiar en su día o que quieren seguir adelante y no adormecerse en sus rutinas y que ahora se incorporan a la lectura y al aprendizaje, y lo hacen con ganas, de verdad. No hay que convencerles de nada, llenan la sala dispuestos a oír algo interesante. Te animan con sus caras a que te estrujes el cerebro y sueltes alguna perla. Están contigo. No son cínicos, ni escépticos. El colmillo retorcido (si es que lo tuvieron) lo dejaron atrás, en el tiempo de la confusión en que todos hemos nadado alguna vez. Afortunadamente parece que hay un momento en que en la madurez-vejez se vuelve a la juventud. Se aclara la mirada y se sabe lo que es importante. El paréntesis de la madurez-madurez, la competencia sin cuartel, la ansiedad de no querer pasar por este mundo sin dejar huella, la insatisfacción, el tener que ganarnos la vida, nos consume.

Parece que hay un momento en que en la madurez-vejez se vuelve a la juventud
Desde que comenzaron a extenderse los clubes de lectura el libro ha caído en manos de un lector ideal

La llamada tercera edad, que ya no se sabe cuándo empieza, nos libera de muchas angustias. Cuánto hay que aprender de estas mujeres que han criado a los hijos, posiblemente a los nietos, que lo han dado todo por la familia, que no se plantearon si no se divertían lo suficiente o si tendrían que pensar más en ellas mismas y que ahora repiten una frase que han leído como si fuese una revelación. Lectoras voraces, que le piden a la literatura que les recuerde que han vivido y sentido.

Lo que te digan estas y estos lectores auténticos hay que apuntarlo. Tengo un cuaderno lleno de observaciones y comentarios sobre libros, míos y de otros, de una profundidad que solo es posible si el que lee se deja acaparar completamente por el mundo de la novela. Estos lectores no tienen miedo a dejarse comer por una historia, no se ponen el casco y los guantes para abrir un libro. Desde que comenzaron a extenderse los clubes de lectura y sus afines, el libro ha caído en manos de un lector casi ideal, el que no espera rentabilizar su lectura escribiendo sobre ella o hablando sobre ella para subrayar su cultura o el que no abre unas páginas con la ceja levantada de la superioridad. El lector casi ideal desea ser encantado, embaucado, a poder ser embrujado, y de entrada preferiría no ser más listo que el escritor ni más atractivo que los personajes.

Pero ¿cuándo se es suficientemente maduro? Quizá nunca logremos el equilibrio emocional que nos haga más justos, ni aunque llegásemos a vivir 1.000 años (lo que en teoría parece posible). Stéphane Hessel, de 84, ha conectado con los jóvenes y ha logrado poner en vilo a la sociedad con un pequeño libro y una sola palabra ¡indignaos! A veces una palabra vale más que 1.000 imágenes. El ¡Indignaos! de Hessel ha recogido el cabreo de los jóvenes, al que se han ido sumando el de los pensionistas y parados y de todos los que tienen ganas de remover un estancamiento sin sentido.

Millones de personas se han reconocido en esta frase porque la necesitan y porque ha caído en el momento justo de ya no puedo más, de hasta aquí hemos llegado. Los que hemos estado en la Puerta del Sol hemos asistido a una unión de jóvenes y mayores, de los nietos y los abuelos, que no se producía hace mucho, puede que nunca antes. Una señora de unos 70 se preocupa porque estos chicos acampados no coman bien. Otro de más edad se interesa por cómo piensan canalizar las peticiones. Y muchos más que van de un corro a otro maravillados, que discuten con los de al lado. Los chicos no los miran como trastos viejos.

Una de las cosas más interesantes que está ocurriendo es que la indignación de los jóvenes no les es ajena a los mayores, ni a sus padres ni a sus abuelos, ni siquiera a los niños. De hecho, todos nos hemos acercado por la Puerta del Sol. La típica brecha generacional que separó a los hippies de sus progenitores, que hizo del Mayo del 68 un club, que siempre ha marcado la rebeldía de nuestros retoños, ha desaparecido. Y esto es nuevo. Tantas ganas teníamos de que se indignaran, de que se cabrearan y de que actuaran, que los miramos hacer embobados, diciendo el de esa pancarta es mi hijo.

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