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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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La elipsis saudí

Lluís Bassets

Los silencios pueden ser más valiosos que las palabras. En el segundo discurso de Barack Obama sobre la nueva política árabe de Estados Unidos no hubo ni una sola mención a Arabia Saudí, país crucial en el mapa dinámico de esta amplia región sometida desde hace cinco meses a un terremoto geopolítico.

Hubo advertencias al presidente sirio, Bachar el Asad, para que lidere la transición o se vaya. Las hubo también para Yemen y Bahréin, el pequeño emirato donde las tropas saudíes han actuado como el ejército soviético en los países satélites durante la guerra fría. Uno de los tramos más solemnes del discurso fue para palestinos e israelíes, advertidos severamente para que dejen de echarse los trastos a la cabeza en vez de sentarse a negociar la paz y el reconocimiento mutuo de los dos Estados soberanos, viables y seguros para cada uno de los dos pueblos.

Pero no hubo ni una sola palabra para la autocracia saudí, régimen corrupto y cruel donde los haya, financiador durante décadas de las corrientes más reaccionarias y peligrosas del islam y patria de Osama Bin Laden, el emir del megaterrorismo que organizó Al Qaeda en reacción precisamente a la estrecha alianza histórica entre su país y Estados Unidos.

Arabia Saudí tiene todos los motivos para enemistarse con Obama e incluso está organizando discretamente una alternativa a las revoluciones árabes. Su extensa familia real quedó traumatizada con la caída de Mubarak, de la que dedujeron que no podían seguir confiando en el apoyo de Washington.

Los saudíes están tan apegados al statu quo como la derecha israelí, y por eso les produce urticaria el mensaje de simpatía de Obama con las revoluciones democráticas y su idea de que precisamente este statu quo es insostenible. El silencio de Obama refleja cuánto queda de la alianza entre Washington y Riad, rubricada por Franklin D. Roosevelt y el fundador del reino, Abdelaziz Ibn Saud, en 1945, en un célebre encuentro en el crucero USS Quincy anclado en el canal de Suez. El acuerdo ha dejado las manos libres a los déspotas saudíes en la península arábiga durante estos 65 años a cambio de la garantía sobre el suministro y el precio mundial del petróleo.

El espacio vacío que ocupó Arabia Saudí en el discurso de Obama es la gran novedad de esta nueva política exterior de la Casa Blanca, que todavía no ha podido articular una sola palabra respecto al principal muro conservador y modelo de todos los males que han padecido los países árabes durante los últimos 70 años. La elipsis en algunos casos equivale al máximo significado: también con el silencio se amenaza. Pero en otras indica la incapacidad para formular una sola idea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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