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Columna
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Indignados

No me nieguen que ha sido un gozo insólito mientras ha durado ver cómo crecía la ola de indignación cívica agrupada en torno a las plataformas 15-M y Democracia Real Ya. Mañana es muy posible que el fenómeno haya remitido mansamente, como sería propio de este acaloramiento súbito que ha estallado por el fulminante que supuso el famoso y movilizador opúsculo de Stéphane Hessel, Indignaos. En todo caso, de poco hubiera servido esta arenga u otras prédicas de no haber hallado un clima social abonado por el cabreo y la desesperanza que decantan las políticas en vigor desarrolladas poco menos que al alimón por los dos principales partidos, PP y PSOE, victimarios y justo objeto de los reproches de los jóvenes y más maduros.

Sin arriesgar un pronóstico sobre el futuro de esta jubilosa movida sí podemos avanzar que, por lo pronto, ha servido para sacudir el ánimo de la oposición valenciana, abrumada por los augurios desfavorables de las encuestas y el arraigado meninfotisme del personal, particularmente progresista, resignado desde hace algo así como tres lustros a soportar lo que bien podría describirse como una epidemia electoral de facherío. Por fortuna, de la protesta, o en realidad de las protestas que han coincidido estos días, se desprende que hay vida y resuello más allá del letargo, que la paciencia o el derrotismo han tocado fondo y que, en definitiva, esta derecha no es invencible. O sea, que el cambio es posible aunque pueda sonar a utópico.

Claro que para no confundir los deseos con la realidad ha de cumplirse una condición fundamental, y es que hoy acuda a las urnas el millón de votantes valencianos que se abstuvo en las elecciones pasadas, las de 2007. No puede o debe acontecer que esta protesta plural, este despliegue de reivindicaciones fomentadas por el mal gobierno y la discriminación, solo hayan servido para alentar al electorado reaccionario. Ningún damnificado de Francisco Camps puede quedarse en casa. No los jóvenes airados que anhelan otro sistema político. No desde luego quienes apuestan por la escuela y la sanidad públicas, quienes reputan abusivos los privilegios que se le otorgan a la Iglesia, quienes están ahogados por los impagos de la Administración, quienes claman por TV3, dado que "Canal 9 no val res", y tampoco quienes se sienten abochornados por la imagen jocosa que por doquier proyecta la Generalitat regida por Francisco Camps, algo así como un palacio con trazas de chacinería y cueva de Alí Babá.

Hoy, como el lector probablemente sabe, el orbe católico celebra la festividad de santa Rita, la patrona de los imposibles o de las causas desesperadas. Lo traemos a colación porque, obviamente, no debemos esperar a que la milagrera y sufrida dama de Cacsia eche en estos comicios una mano prodigiosa a la izquierda, por lo general agnóstica y pagana. En cambio, sí tendrá que emplearse a fondo para que no acaben en el trullo el molt honorable y buena parte de la cúpula del PP, sobre quienes penden graves cargos, acerca de los cuales está deliberando el Tribunal Superior de Justicia. ¿No parece un sarcasmo que estos individuos bajo sospecha e imputados sean los mismos que nos han gobernado y nos gobiernen a partir de mañana, si las urnas no lo impiden? Confiemos -y ya es confiar- en que al final de esta escandalosa historia los jueces pongan a cada cual en su sitio, restauren el crédito de la política y nos alivien la indignación que provoca esta degradación de la vida pública.

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