La Europa frígida
Los ajustes de Grecia, Irlanda y Portugal son tan duros y las previsiones económicas tan negras que quizá no podrán devolver los préstamos recibidos. Si las cosas se tuercen, la eurozona se partirá en dos
El Consejo de Ministros de Finanzas, reunido la semana pasada en Bruselas, ha vuelto a dar la impresión de que la Unión Europea en su formato actual es incapaz de afrontar los desafíos presentes y aún menos los futuros. La canciller Merkel, que es la que tiene que tirar del carro, parece presa de una opinión pública cansada de tener que pagar por los dislates de otros; no en vano en su país se utiliza la misma palabra -schuld- tanto para decir "deuda" como para decir "culpa". Los finlandeses se han resistido todo lo que han podido al rescate de Portugal y solo han accedido a ampliar su potencia de fuego cuando han entendido que de no hacerlo, no habría dinero para rescatar a España o a cualquier otro país en dificultades. Ya veremos qué hacen cuando se discuta el Mecanismo de Estabilidad Europeo que debe arrancar en 2013.
Para evitar la salida del euro de los países menos solventes habría que reestructurar la deuda
Necesitamos más disciplina presupuestaria y competitividad; más crecimiento y solidaridad
Los partidarios de un gobierno económico más sólido no dicen nada. Sarkozy remite cada mañana a Merkel un taco de folios que acaban en la papelera antes del mediodía. Berlusconi bastante tiene con el bunga-bunga; y los países periféricos, cariñosamente conocidos como PIGS, procuran pasar inadvertidos para que nadie les señale sus vergüenzas. Así las cosas, la crisis de la deuda, si no se ataja a tiempo, puede transformarse en una crisis bancaria que acabe con la incipiente recuperación económica... una espiral diabólica.
Los ministros han aprobado el rescate de Portugal (78.000 millones de euros), a cambio de que suba considerablemente sus impuestos, recorte los sueldos de los funcionarios, las pensiones o las prestaciones por desempleo y venda buena parte de su patrimonio público. Irlanda recibirá 85.000 millones de euros, pero la mitad de esta cantidad se tendrá que destinar a ayudar a sus bancos en vez de invertir en gastos de futuro. Se rumorea que Grecia podría necesitar 50.000 millones de euros más de los que ya ha recibido, siempre que a cambio aplique un ajuste adicional durísimo (53.000 millones de euros) y un programa de privatizaciones (50.000 millones de euros) tan llamativo que el primer ministro Papandreu ha tenido que declarar que el plan no incluye la venta de "ninguna isla del Egeo ni ninguna obra del Patrimonio heleno".
Los ajustes son tan duros y las previsiones económicas tan negras que probablemente los países rescatados no podrán devolver los préstamos recibidos, porque para hacerlo tendrían que asumir unos sacrificios que sus ciudadanos no parecen dispuestos a soportar. Eso es precisamente lo que pasó en la República de Weimar, que no pudo hacer frente a las extravagantes reparaciones de guerra que se le impusieron en Versalles. Más sensato sería imitar a los redactores del Plan Marshall y dar a los países en dificultades ayudas a cambio de un plan de saneamiento y recuperación económica realista.
Los posibles escenarios que se abren a partir de ahora son dos. Si las cosas se tuercen, la eurozona se partirá en dos, bien por la huida de los países que ya han salido de la crisis, o bien por la expulsión de quienes siguen sin levantar cabeza. Para evitar esta escisión hay que cerrar filas y dar un salto en el proceso de integración europea poniendo en marcha un gobierno económico que equilibre el omnímodo poder del Banco Central Europeo en la gestión de la política monetaria y persiga al mismo tiempo la consolidación fiscal y el crecimiento económico.
Los periódicos sensacionalistas alemanes piden todos los días la salida de Alemania del euro, pero este es un escenario poco probable, porque el resucitado deutsche mark -o, en su caso, un nuevo euro duro que compartiría con Austria, Finlandia y los Países Bajos- experimentaría una revaluación fulminante que dañaría sus exportaciones a países terceros, y más aún las dirigidas a los países descolgados del euro, quienes aprovecharían la ocasión para devaluar sus monedas y aliviar así su deuda. Ni que decir tiene que eso también supondría la desaparición del mercado interior.
Consciente de esta dificultad, Sarkozy ha aprovechado la ocasión para proponer una variante más light que consistiría en la creación de un club de países ricos, en el que naturalmente entraría Francia, que emitiría bonos europeos bajo el principio de responsabilidad solidaria. Esta opción no afectaría al comercio, pero dejaría prácticamente fuera del mercado de capitales a los no llamados a la Mesa del Señor. Si Winston Churchill levantara la cabeza diría que un nuevo telón de acero, esta vez financiero, está a punto de caer sobre Europa.
La otra forma de partir la eurozona es expulsar de la eurozona a los países menos solventes para "(...) evitar que la gangrena se extienda" (Timo Soini, líder de los Verdaderos Finlandeses). Quienes vivieron de cerca la "desdolarización" de Argentina (2001), recordarán el caos que supuso reprogramar depósitos, balances de empresas y bancos, hipotecas y contratos en una moneda devaluada. Lo de aquí sería aún peor porque las economías europeas son mucho más abiertas e interconectadas de lo que nunca estuvo Argentina.
Para orillar una catástrofe semejante, se ha planteado una opción un poco más digerible que pasaría por una reestructuración de la deuda, que podría ser dura, con quitas, o blanda, con ampliación de plazos y recorte de intereses. Todo ello con el consiguiente perjuicio para el Banco Central Europeo y para los bancos franceses y alemanes, que son los que tienen más bonos griegos, irlandeses y portugueses. Los contribuyentes alemanes no quieren poner dinero para ayudar a los países periféricos, pero si no lo hacen acabarán teniendo que ponerlo para rescatar a sus bancos. Como decía La Codorniz, una revista humorística del franquismo: "Cuando el bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde".
Cualquiera de los escenarios anteriores supone, como he dicho antes, la escisión en dos de la eurozona: de un lado, los países que ya han salido de la crisis; de otro, los que siguen sin levantar cabeza. La Europa solidaria de los padres fundadores sería sustituida por una Europa frígida como aquella Venus Frígida de Rubens que se puede ver en el Museo Real de Amberes. Una Venus retraída, en cuclillas, dando la espalda al espectador y protegiendo su cuerpo y el de Cupido del frío con un velo casi transparente. Detrás de ella, el sátiro, que representa la abundancia con una cornucopia llena de frutas, se ríe. Es la alegoría del dicho popular, "sin comida ni bebida, el amor se enfría".
La alternativa a tan dramático escenario no es otra que darle la vuelta a este dicho. Más disciplina presupuestaria, menos desequilibrios económicos y más competitividad para evitar los dislates que nos han traído hasta aquí. Pero también más crecimiento y más solidaridad. Las recetas son conocidas: corregir los desequilibrios dentro de la eurozona, recuperar la solvencia de los bancos, flexibilizar la política monetaria para compensar la dureza de la política presupuestaria, emitir eurobonos para aligerar la carga de la deuda y, sobre todo, inventar recursos financieros novedosos para crecer y crear empleo. Si para eso, necesitamos reformar los tratados habrá que hacerlo cuanto antes; lo contrario es alentar a unos indignados -que no saben bien lo que quieren, pero saben muy bien lo que no quieren-, y certificar la defunción del proyecto más ambicioso que Europa ha acometido nunca.
José Manuel García-Margallo y Marfil es eurodiputado del Partido Popular y vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo.
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