Shakespeare con otra música

Vestir a Shakespeare con ropas actuales es fácil; ponerlo en el espíritu de hoy, como hace Edward Hall, es otra cosa. Su montaje de La comedia de las equivocaciones es puro slapstick: no tiene desperdicio, ni actor que baje del notable. Los personajes se persiguen unos a otros como el Coyote al Correcaminos, se propinan porrazos amplificados con golpes de percusión y puntean la acción con melodías interpretadas en vivo por un mariachi, sin que nada de ello resulte arbitrario o extemporáneo.
Raro es ver actores masculinos tan versátiles: estos se lanzan a cada gag a tumba abierta, interpretan los papeles femeninos sin acento paródico y se desdoblan en ese mariachi, versión aligerada del coro griego. Ni se pasan ni se cortan: están en su punto justo. Hacen muy bien un teatro popularísimo. Hall se toma con Shakespeare la misma libertad que este se tomó con Plauto al convertir su Menaechmi en esta comedia de hermanos gemelos separados durante un naufragio que los arroja a países diferentes, hasta que años después coinciden sin saberlo en la misma ciudad, provocando equívocos sin cuento.
LA COMEDIA DE LAS EQUIVOCACIONES
Autor: Shakespeare. Intérpretes: Dugald Bruce-Lockhart, Sam Swainsbury, Richard Frame,... Dirección: Edward Hall. Teatros del Canal. 11, 14 y 15 de mayo.
Bajo su apariencia ligera La comedia de las equivocaciones enseña que tras cada acción humana, por arbitraria que parezca, hay siempre un motivo, y que de versiones de los hechos tan encontradas como las que cuentan sus protagonistas se deriva un caos de difícil solución. Hall y sus cómicos lo orquestan con mano maestra: la entrada del exorcista, caracterizado de predicador evangélico, cantando arropado por sus fieles, parece el reverso de las escenas corales de Hair, y el diálogo de los gemelos desde el interior de sendos cubos de basura es un homenaje chispeante a Final de partida.
Por arrojo, afinación cómica y oportunidad al calzar temas musicales de extracción variopinta en el texto clásico, este trabajo del director británico evoca por momentos el que hizo Alfredo Sanzol con La cabeza del bautista. Sus dos horas largas se pasan volando.
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