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Elecciones municipales
Columna
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Tal como somos

Cualquiera diría, desde Madrid, que estamos en unas elecciones locales: se empezó a patadas con el Tribunal Constitucional (que está concebido para ser garante de la democracia) y se sigue intentando asustar a la gente con Grecia y su segundo rescate. Lo de Bildu es un buen test para detectar la falta de sentido común político (¿también de ausencia de sentimientos profundamente democráticos?). Desde luego esto no es Irlanda de Norte, donde el Reino Unido patrocinó una nueva legalidad poniendo a gobernar a los líderes militares, políticos y simbólicos de las organizaciones enfrentadas: como primer ministro de Irlanda del Norte, Ian Paisley, como viceprimer ministro, Martin McGuiness. Probablemente no tenemos ni la discreta e histórica elegancia política y personal británica, ni su sentido poscolonial (Commonwealth/Sahara) ni su eficiencia antiterrorista (Paisley/McGuiness). Tampoco su relación con sus periferias es la misma (Escocia) ni son las mismas las leyes que la rigen.

Fingen que no les interesan las elecciones, pero no se fíen: irán a votar en cifra suficiente

Pero esto es Galicia, y ya Rajoy pidió que gobierne la lista más votada (el partido que gana debe gobernar, dice) y así se evitan los problemas que el PP tiene en mil sitios en los que gobierna en compañía. Los ingleses, volviendo a ellos, dicen tomorrow donde nosotros decimos qué morro o también manda fuciños, o al menos es lo que yo digo en mi inglés coloquial. Con una izquierda dividida, al menos, entre una izquierda de tradición socialista, otra de tradición nacionalista, otra ecologista y otra comunista, el gobierno de la lista más votada perpetuaría hasta el fin de los tiempos al PP en los Gobiernos municipales. Y tampoco es eso, por más que el cuerpo nos pida más PP y más Feijóo, el sueño de cualquier activista demócrata de mi generación con Síndrome de Estocolmo.

El problema de la lista más votada es que al día siguiente de ser promocionada al poder no puede gobernar: los otros son más, y van a tratar de gobernar ellos. Y es que esto de la democracia y sus gobiernos de mayoría es una rémora para el progreso. Feijóo invita a los votantes del BNG a votarlo a él porque votar BNG es votar a Zapatero. Y yo, tan mal pensado, tengo para mí que votar a Feijóo es votar a Aznar, a la FAES y hasta a la liquidación de las leyes cívicas del maldito Zapatero, cuyo abuelo, el capitán Rodríguez Lozano, no vivió para darle cariño y ternura (Camps dixit) a su nieto. Y así salió. Y todo esto porque no gobierna la lista más votada.

En la calle todo está tranquilo, la gente está a lo suyo, y lo suyo son también las elecciones, aunque finge que no le interesan mucho (la desafección hacia la política, para ser completa y realista, obliga a este mohín del no me importa nada), pero no se fíen: irán a votar en cifra suficiente. Ahora solo tratan de confundir a los adversarios, pero en cuanto los pierdan de vista se van por la puerta de atrás y se meten ellos mismos en la urna, si es necesario.

De camino entre mi casa y la urna las caras de la gente, que finge estar a sus cañas y a sus aceitunas y nada más, ya te van diciendo por dónde van las cosas, de tal manera que cuando llegas al votódromo, entre porterías de balonmano y/o fútbol sala y canastas de baloncesto, vecinos inquietos, señoras temibles, el cura de mi antiguo instituto ("padre, dicen que el hombre desciendo del mono"...."Algunos sí, algunos sí"), cuando llegas ya no sabes si votar porque todo está decidido. Pero hay que votar, el 22 más que nunca. Ahí nos vemos.

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