Ramón Vila: "Creo que torear es lo único que me falta en la vida"

La cita es en la calle del Betis, en la orilla trianera del río Guadalquivir, frente a la Torre del Oro y a escasos metros de la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla, donde el doctor Ramón Vila ha sido cirujano jefe durante 32 años. Acaba de anunciar su despedida, cumplidos los 73; no se retira, dice, sino que se despide, y lo hace entre el reconocimiento de la afición y el afecto agradecido de los toreros. Seguirá en el burladero, echando una mano si llega el caso.

"Cuando se alcanza el triunfo soñado debe uno marcharse para siempre; y yo lo he tocado con mis manos. Qué voy a pedir más si el año pasado salí dos veces por la Puerta del Príncipe (dos toreros muy gravemente heridos salieron adelante). He cubierto mi etapa y es el momento de decir adiós".

El cirujano jefe de la Maestranza se jubila, pero seguirá en el burladero

El doctor Vila se inclina por un vino blanco de La Rioja alavesa que ha conocido en una cata y recuerda en el brindis a su equipo -10 médicos, 10, aunque el reglamento solo exige cinco- del que se siente plenamente orgulloso.

Mientras picotea el jamón, Vila recuerda con veneración a su padre, anterior cirujano jefe de la Maestranza, un hombre recto y tímido a cuya memoria dedica cada año los premios taurinos Vila Arenas, instituidos por el equipo médico. De él aprendió las bases para convertirse en un hombre cabal, en un buen aficionado a la fiesta, y, sobre todo, en una eminencia de la cirugía taurina. Reconocido experto en los destrozos que un pitón puede causar y conocedor profundo del alma de los toreros.

"La cirugía taurina se aprende en la calle", asegura. "En la facultad te preguntan por los efectos de la bomba atómica o del veneno de la cobra, pero no por los daños de las astas de un toro". Vila entró en la enfermería de la plaza en 1965, y allí, junto a su padre, conoció el oficio, hasta que en 1978 se hizo cargo del equipo. "La herida de un toro es única porque el animal intenta zafarse de lo que ha cogido para volverlo a coger, y ahí se producen las trayectorias y los destrozos; lo fundamental es saber hacia dónde ha girado el pitón y buscar el fondo de la herida". ¿Es verdad que las cornadas no duelen? "No duelen mucho y queman más; la razón es que el pitón entra en la carne a la velocidad de una bala y anula las terminaciones sensitivas de la piel".

El cirujano muestra su predilección por el arroz, pero se apasiona más con su vida que con el bogavante. "Antes, había muchas más cornadas, pero de menos gravedad; hoy es al revés. La razón, en mi opinión, es que el torero ha adquirido más técnica, pero también el toro tiene más edad, y, por tanto, más sentido; se mueve menos, pero es más certero".

¿Y los toreros? "Son muy distintos del resto de los humanos; no están hechos de otra pasta, no, sino de otro sentimiento. Son gente rara, como todos los genios. Los de verdad son unos elegidos". ¿Y agradecidos? "Nunca he recibido un regalo material -ni siquiera una caja de mantecados-, pero te ofrecen su vida en el brindis, que es lo más emocionante".

Paquirri, que fue su íntimo amigo ("una amistad corta pero muy intensa"), fue el primer torero al que operó como cirujano jefe. El último, el subalterno Jesús Márquez, el pasado septiembre. Entre uno y otro, más de 1.500 hombres de oro y plata han pasado por sus manos. ¿Ha toreado alguna vez? "Nunca; creo que es lo único que me falta en la vida".