La madre
Las diferencias culturales a veces están tan a la vista que no somos capaces de reparar en ellas. Hace dos domingos, el colorín de The New York Times traía en portada la foto de una joven arrodillada en la hierba, que tomaba por la cintura a un niño negro de unos tres añitos vestido de pirata: parche en el ojo, pendiente de aro, calavera en el sombrero y el bigote de los malhechores. La joven podría haber pasado por una adolescente, pero no, era Ann Dunham, la madre de aquel niño, Barry, Barack Obama. Leí las cuatro concienzudas páginas dedicadas a esta curiosa mujer que tuvo dos matrimonios interraciales -un africano primero, un indonesio después- en una época en la que tener hijos mestizos era un desafío social. El reportaje trataba de encontrar las razones por las que esa chica americana blanca cogió a su hijo de seis años y se fue a Indonesia por un largo periodo de su vida. La periodista seguía los pasos de Ann Dunham 40 años después, cuando casi todas las huellas de su paso por allí se habían borrado, pero conseguía reunir bastantes piezas del rompecabezas y concluir de qué manera esa madre intrépida y avanzada, envuelta también en un gran desorden vital, había influido en el talante del presidente.
Lo leí como si leyera periodismo. Es más, era periodismo, pero de pronto me pregunté qué pasaría si nuestro colorín dedicara su portada a la madre de Zapatero o a la de Rajoy. Y no un reportaje adulador sino atento a las sombras que todas las madres esconden aunque en el recuerdo siempre aparezcan como perfectas. Creo que no nos cabría en la cabeza, que no habría periodista para hacerlo, que se consideraría una intromisión inaceptable en la vida privada. Y tal vez todo eso sea cierto. Sin embargo, cuánto se aprende de la peripecia humana cuando se leen retratos en los que el respeto y la perspicacia no están reñidos.
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