El Madrid y el lujo de la autocomplacencia
Un fiasco con Emanuele Molin en el banquillo no parece tanto fiasco. De haber estado Ettore Messina al mando de las operaciones del Real Madrid en el Palau Sant Jordi, no se sabe si otro gallo hubiera cantado, pero es seguro, segurísimo, que semejantes derrotas -82-63 en la semifinal ante el Maccabi y 80-62 ayer ante el Montepaschi en el partido por el tercer puesto- hubieran provocado otras lecturas, más duras, más exigentes. Las responsabilidades se hubieran depurado de forma más áspera, más intransigente, con menos autocomplacencia.
En sí mismo, perder ante el Maccabi no es una hecatombe. Es un buen equipo, aunque, como pudo comprobarse, no lo suficientemente competitivo como para discutirle demasiado el título al Panathinaikos. Pero el Madrid no le va a la zaga. En consecuencia, el problema no es tanto que perdiera el Madrid, sino cómo lo hizo y qué tipo de lectura se hace. Se insiste por activa y por pasiva en la falta de experiencia del equipo, en su juventud. Paños calientes. Tampoco son tan jóvenes los jugadores madridistas. Cuenta con tipos curtidos como Prigioni (casi 34), Felipe Reyes (31), Fischer (29) y Tucker (30), y otros que tienen la edad perfecta, entre 24 y 25 años, para rendir al máximo, casos de Llull, Sergio Rodríguez, Tomic, Suárez y Velickovic.
El problema no son tanto las derrotas sino cómo se produjeron y qué lectura se extrae
Los directivos del Madrid no pueden llamarse a engaño. Sus dos últimos entrenadores han brindado diagnósticos, si no idénticos, sí en torno al mismo problema. Más que una cuestión de edad, es un problema de falta de madurez y que no afecta solo a los jugadores. Cuanto menos, ese fue uno de los reproches de Ettore Messina tras renunciar al banquillo madridista a principios de marzo. Dijo echar de menos el respaldo de "una gran entidad", consideró un lastre "convivir con la anacrónica necesidad de la victoria", y afeó detalles como que el equipo jugara un partido de Euroliga contra el Montepaschi coincidiendo con el equipo de fútbol o que fuera publicada una entrevista con Felipe Reyes sin que el club la hubiera controlado.
A su sustituto en el banquillo, su compatriota Emanuele Molin, su anterior ayudante, se le puede agradecer su ejercicio de sinceridad tras la derrota en la semifinal ante el Maccabi. Notaba malas vibraciones desde que comprobó que su equipo se relajó más de la cuenta tras lograr la clasificación para la final a cuatro ante el Power Valencia. Como si todo estuviera ya hecho. Desde luego, ha sido un hito estar donde hacía 15 años que no se metía el Madrid, en la gran fiesta de la élite del baloncesto europeo. Pero, aún así, el club ha invertido a base de bien para tener un equipo competitivo: 18 fichajes y 58 millones durante los dos últimos años. Lo peor no han sido las dolorosísimas derrotas. Lo peor es que al equipo se le ha observado falto de carácter, excesivamente resignado cuando venían mal dadas, con varios jugadores absolutamente fuera de foco, con un dato escalofriante: cinco puntos entre todos los jugadores de banquillo ante el Maccabi. Y para remate, otro dato sintomático: minoría de la afición madridista en el Palau Sant Jordi. Tal vez se olían la tostada. Los hechos les dieron la razón.
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