"En la Vuelta ya no diré: 'Voy día a día"
Igor Anton, que perdió la ronda española por una caída, se autodescarta en el Giro
En Alba, la ciudad de los huevos Kinder, la trufa de Alba y Beppe Fenoglio, escritor y partisano, el 178º clasificado de la general llega feliz a la salida de la etapa del Giro. Igor Anton, el líder del equipo que terminó el último la contrarreloj inaugural, está donde quiere estar. "Vale, ya sé que quedar los últimos es un poco feo y que el director tendrá que tragarse el tubo de escape de 22 coches delante del suyo", admite el vizcaíno del Euskaltel, "pero, total, estábamos cinco equipos en 10 segundos, o sea, que apenas hay diferencias y, además, no estoy aquí para ganar el Giro".
Quien con tanta frescura y franqueza anuncia sus limitadas ambiciones no es, claro, un cualquiera ni un jovencito recién llegado. A dos de los que dicen que pueden ganar el Giro, el siciliano Nibali y el catalán Purito, Anton, de 28 años, les enseñó su tubular trasero constantemente durante la última Vuelta, que no ganó porque se cayó, vestido de rojo, el color del líder, y se rompió el codo en Solares, a los pies de Peña Cabarga. Al extrafavorito, al mismísimo Contador, sí, Anton es el único que le ha hecho sudar tinta negra subiendo. Es el único escalador que se le puede comparar. "Si ya sé que soy bueno", dice Anton, "no hace falta que me lo repitan. Pero lo digo de verdad: la general del Giro no es mi objetivo. Para eso ya tendré mi oportunidad en la Vuelta a España, en la que sé de qué va la cosa. Aquí será más bonito ganar una buena etapa de montaña, que está a mi alcance. Eso es lo que quiero, una etapa y disfrutar del Giro. Este año le cogeré la medida. Después ya volveré a intentar ganarlo".
"Aquí será más bonito ganar una buena etapa de montaña. Eso es lo que quiero"
Cuentan sus amigos que, después de su última caída en la Vuelta, Anton apenas lloró por su codo roto; que fue más grande la satisfacción por el peso que se había quitado de encima al no ganar la Vuelta española que el dolor por los huesos y la pérdida; que temía más que a un nublado un invierno de homenajes y celebraciones, lo que, sin embargo, no evitó, pues fue considerado por todas y todos el ganador moral de la Vuelta de Nibali. La presión, el foco, quiéralo o no, son inevitables para Anton. "Pero eso, en la Vuelta. Dejadme tranquilo en el Giro", repite; "en la Vuelta sí que me someteré a la tensión del día a día, a estar atento, concentrado, pero el Giro quiero correrlo relajado. Sé que el equipo no me va a exigir".
De todas las subidas tremendas que le esperan en un Giro tremendo con ocho finales en alto, Igor Anton solo conoce Sestriere y Finestre, su carretera empedrada, sin asfalto. Lo sufrió en su otra aventura italiana, en el Giro de 2005, su primera carrera de tres semanas. "Allí, a los 22 años, supe lo que era el sufrimiento, intuí que el cuerpo no tiene límites", dice Anton, que no se ha preocupado de reconocer lo que le dará esta edición de la carrera italiana, el Etna, el Zoncolan, el Grossglöckner, la Marmolada, el Crostis o la subida al refugio Gardeccia. "Ya las iré viendo según llegan", dice; "no me quiero emocionar antes de tiempo".
"Vamos a ir día a día", repite, como repetía en la Vuelta de 2010, como repitió 11 días seguidos, desde que, ganando en Valdepeñas de Jaén, mostró, ya en la cuarta etapa, que era el más fuerte de los escaladores, hasta su caída, en la 14ª.
-¿Pero nunca va a dejar de decir eso de ir día a día?
-En la Vuelta ya no lo diré, prometido. En la Vuelta sé que tengo más responsabilidad.
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