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EL CHARCO | FÚTBOL | 35ª jornada de Liga
Columna
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Atocha-Sants, ida y vuelta

Un tren me lleva a 270 kilómetros por hora y parte el paisaje de una cuchillada. En la ventanilla: túneles, montes seccionados, dos encinares donde antes había uno, la roca horadada. Vestigios del atajo.

En el Camp Nou la noche fue apacible para el Barça. La gente estaba inquieta porque el fútbol inquieta el corazón del hincha, pero casi nada alteró el ritmo cardiaco del observador neutral. Pudo ser diferente la segunda parte de subir al marcador el gol de Higuaín. Un claro error del árbitro que añade gasolina al fuego de las acusaciones.

El Real Madrid salió a la cancha como lo esperaba el hincha, con dos jugadores más ofensivos con respecto al partido de la ida. Una formación más natural y reconocible a la hora de la foto y los saludos.

Los seis goles al Valencia y al Sevilla muestran la brutal percusión del Madrid. Solo el Barça logra diluirla al mínimo
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El sistema 'Cris'

Ya en el partido, con las líneas 20 metros más adelantadas respecto al Bernabéu, los jugadores blancos se exigieron para competir de igual a igual, tratando de reducir con dignidad las distancias que aún les lleva el Barça a la hora de manejar la pelota.

El ejercicio desnudó las dificultades que supone ensayar una nueva partitura con instrumentos aún desafinados. Ni la falta de ritmo competitivo de Kaká ni la reciente recuperación de Higuaín excusan, mínimamente, carencias más profundas a la hora de cambiar el razonamiento e intentar mover el balón para jugar.

Este final de año, el Madrid profundizó sus esfuerzos en afinar los instrumentos para la percusión. Útiles, sin duda, en el plan de destrucción y golpe rápido, pero insuficientes cuando el libreto exige una producción sinfónica. Los futbolistas, al igual que los músicos, pulen su performance con la repetición.

El Barcelona, regulando el control de la pelota, colapsa el tiempo de posesión del Madrid hasta cifras imposibles, incluso para su descomunal contundencia. Los seis goles al Valencia y los seis goles al Sevilla que enmarcan el último clásico nos muestran claramente la brutal capacidad de percusión del Madrid. Capacidad que solo el Barça logra diluir al mínimo con sus interminables posesiones.

El año próximo, el Madrid deberá decidir, desde el comienzo, dónde pondrá el énfasis para enfrentarse al Barcelona. Las soluciones pasan por repensar su juego y moderarlo, con la intención de aumentar su volumen de juego a través del balón, o por reafirmarse en el plan de la final de la Copa del Rey.

Este año, el Madrid no se concedió el lujo del tiempo. Intentó alcanzar sus objetivos perfeccionando al máximo un juego directo y efectivo. La idea se radicalizó en los clásicos. Se convirtió en un corte de camino que deja un paisaje dividido. Hay posturas a favor de profundizar y otras a favor de moderar el discurso futbolístico y el extrafutbolístico.

Los atajos son senderos peliagudos. Es normal, al transitarlos, intervenir el entorno, dividir el terreno, dejar algunas rocas sueltas. Contra el Barça, el sesgo promovió ganar en efectividad a costa de horadar la idiosincrasia.

Un atajo justifica su razón de ser solo si nos lleva al destino a tiempo. El tren de vuelta me dejó en Atocha en el minuto exacto que lo había prometido.

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