_
_
_
_
Elecciones municipales y autonómicas
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sin techo y bajo la alfombra

Gallardón no quiere vagabundos en las calles. En realidad, ningún alcalde los quiere y, por ser honestos, a la inmensa mayoría de los ciudadanos les produce rechazo la imagen de pobreza y degradación que transmiten o, lo que es peor, de desconfianza e inseguridad. El alcalde de Madrid tiene razón cuando señala los perjuicios que producen en sectores para nosotros tan esenciales como el turismo. Todos hemos visitado ciudades por ahí fuera y, conscientes o no, en nuestra valoración siempre pesa el que hayamos visto más o menos gente tirada por las calles.

La miseria es un problema difícil de atajar incluso en tiempos de bonanza y su visualización constituye todo un clásico entre los quebraderos de cabeza de los munícipes. A pesar de ello, son pocos los ediles que se han atrevido a hincarle el diente a un asunto delicado de abordar sin poner en riesgo los derechos y libertades ciudadanas. Lo que el alcalde Gallardón pretende es que en las próximas elecciones generales su partido incorpore una propuesta de ley para que los policías municipales puedan retirar de la vía pública a los sin techo aunque estos se opongan.

En principio, los planes de Gallardón no parecen diferir mucho de los de Giuliani en Nueva York

La iniciativa recuerda a aquella acción emprendida por el alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani en la última década de los noventa: Giuliani aplicó la llamada "teoría de las ventanas rotas" fundamentada en el contagio de las conductas inmorales o incívicas y tuvo su origen en un curioso experimento realizado por un psicólogo de la Universidad de Stanford. Una prueba nada sofisticada que consistió en abandonar dos vehículos con las puertas abiertas, uno en el Bronx y otro en un barrio elegante de California. Al del Bronx pronto le robaron sus componentes y en pocos días fue destrozado mientras que el del barrio pijo permanecía intacto. Todo cambió sin embargo cuando añadieron al ensayo la rotura de una ventana de este último vehículo. La gente fina de California entendió que se había abierto la veda y en dos días desguazaron el coche como había ocurrido en el Bronx. Así llegaron a la conclusión de que el pequeño delito, además de contagioso, constituye una invitación a otros de mayor envergadura.

El metro de Nueva York fue el primero en probar esa teoría y después Giuliani extendió su plan de "tolerancia cero" a toda la metrópoli. El hueso del plan fue precisamente la presión policial que ejerció sobre los mendigos, vagabundos y alcohólicos que campaban por la ciudad. La cruzada de Giuliani supuso no pocos excesos por parte de sus policías, que se vieron con las manos libres para sacar de las calles a todo aquel que no tuviera donde caerse muerto o al menos que por su aspecto así lo pareciera. Su acción pronto encontró el rechazo de las organizaciones de derechos humanos cuyas protestas fueron igualmente reprimidas de forma expeditiva.

A cambio, las cifras de criminalidad experimentaron caídas espectaculares y el aspecto de la ciudad mejoró notablemente, lo que mantuvo con los ojos y oídos deliberadamente cerrados a buena parte de la ciudadanía. Al final hubo que poner freno al sistema por la carencia de recursos públicos para atender a los sin techo. Limpiaban las calles de vagabundos, pero no siempre sabían qué hacer con ellos. En principio, los planes de Gallardón no parecen diferir mucho de los de Giuliani aunque él asegura que los servicios sociales de Madrid sí disponen de medios suficientes. Algo más que discutible, y no solo porque sea dudoso que haya cama y comida para todos, sino porque el tratamiento de la marginalidad extrema exige otras medidas de atención más sofisticadas y acciones integradoras que ahora prácticamente ni existen. Baste decir que casi la mitad de los sin techo sufre trastornos psiquiátricos o padece alguna adicción y no tiene acceso alguno al sistema público de salud. Para atajar la exclusión social se necesita algo más que policías. A nadie le gusta ver miseria por las calles, pero si queremos hacer algo digno de una ciudad como Madrid no podemos limitarnos a esconderla bajo la alfombra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_