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Columna
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Los hombres de blanco

Sábado, 10.30 de la mañana. Como no tengo perro, saco el coche a pasear para que haga ejercicio. En una gran avenida valenciana, desierta en este puente, freno ante un paso de peatones en rojo. Veo que a mi izquierda se para también un Audi grande, azul oscuro, con cristales tintados. Se abren al unísono las dos puertas delanteras y se bajan rápidamente dos hombres de chaqueta y corbata. Aquí pasa algo, me dice el cerebro automáticamente. Al otro lado de la calzada, atraviesan hacia mí otros dos hombres con paso firme y decidido, estos sin chaqueta ni corbata, ambos con pantalón negro y con una camisa blanca impoluta, sin arrugas y sin manchas, los puños arremangados. Pienso estúpidamente si serán Testigos de Jehová, pero no puede ser porque van sin corbata y sin manga corta. Uno de ellos, al pasar delante de mí, me mira con una frialdad profesional, como si estuviera calculando algo. Lo curioso es que me suena su cara, pero no consigo recordar dónde la vi antes.

Los de blanco se acercan al Audi, pero no antes de que los trajeados abran simultáneamente las dos puertas traseras, dejando el coche despatarrado sobre el asfalto. Como yo también iba de chaqueta y corbata, estuve a punto de bajarme y hacer lo mismo, pero no me quedaba ninguna puerta que abrir y, además, me pareció un gesto estúpido. Después de un cierre litúrgico de las cuatro puertas, el coche arranca con la potencia de un buen motor, el semáforo todavía en rojo, y se aleja raudo dejándome con la sensación de haber visto la escena en alguna película conocida, no consigo saber si en El Padrino o quizá en la serie de El Ala Oeste de la Casa Blanca.

Estoy convencido de que ustedes son más ágiles que yo y saben desde el principio lo que estaba pasando. Pero es que me cuesta aceptar que los hombres de blanco vayan a un mitin para convencer a sus seguidores sobre lo que tienen que votar. ¡Pero si están hartos de saberlo! También es cierto que casi nadie vota en solitario, ni por ideología, ni por los temas políticos, ni tan siquiera por egoísmo, para beneficiarse de los resultados. Votamos lo que se vota a nuestro alrededor, en el grupo al que pertenecemos, la familia que tenemos, el mitin al que asistimos. Así es más fácil decidirse y, además, repartimos entre todos la responsabilidad de los resultados.

Por eso en Valencia, desde hace décadas, nadie intenta convencer al ciudadano. Es más eficaz fabricar grupos afines, colegios, asociaciones, instituciones, campus universitarios, profesionales, especialmente en el área de la enseñanza, la salud y la información, los tres ejes de nuestra dependencia social, sin olvidarse de los empresarios. Así, en el momento oportuno, lo único que se necesita es que los hombres de blanco despierten a los durmientes en algún mitin de fin de semana. Y lo hacen en Audi que, como se sabe, significa oír o escuchar en latín. Está todo calculado.

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