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Tudor, Béjart, Forsythe...

En vida, Gustav Mahler en el mundo del ballet solo hizo enemigos. No escribió ninguno y detestaba los montajes de danza. El devenir y reflorecimiento de su música en la vida teatral le ha jugado una broma pesada: el catálogo de ballets con música de Mahler que recogen las enciclopedias pasa holgadamente del centenar de registros. Norman Lebrecht despacha en una línea la relación de Mahler y el ballet y eso que es tan injusto como despótico, fue por el trato que el compositor dispensó a bailarines y coreógrafos mientras dirigió la Ópera de Viena entre 1897 y 1907.

El primer ballet con música de Mahler que podemos considerar una obra maestra (y que se mantiene en repertorio activo hasta hoy) es Dark elegies (1937) de Anthony Tudor para el Rambert Ballet. Ideada sobre las Kindertotenlieder, con letras de poemas de Friedrich Rückert e implicado estéticamente con la herencia de Nijinski en Sacre y de Bronislava en Les Noces. Tudor subió la cantante a escena a interactuar con los bailarines (cosa que retomó Pina Bausch décadas después). Dark elegies fue una creación muy moderna y contestada en su momento. En 1940 entra en el repertorio fundacional del American Ballet Theatre en Nueva York, en el Royal Ballet de Londres en 1980 y en la Ópera de París en 1985. Tudor volvió a Mahler en 1948 con La canción de la tierra, y esa fue la música que también escogió Kennett MacMillan para su primer Mahler en 1965.

Maurice Béjart estructuró un tríptico Mahler con Chant du compagnon errant (1971), ideado para Rudolf Nureyev y Paolo Bortoluzzi, Ce que l'amour me dit (1974) y Ce que la mort me dit (1978). Jiri Kilian coreografió años después de nuevo el compañero errante. John Cranko hizo Traces (1973) sobre el adagio de la Décima sinfonía y también se han acercado a esa música poderosa Michael Smuin, Royston Maldoom, Sándor Tóth (tres ballets en un acto en Budapest, 1974), Petr Zuska y Mark Godden en su Drácula (1998) para el Royal Winnipeg Ballet de Canadá. Roland Petit creó La rose malade para Maya Plisetskaia sonando Mahler. La primera coreografía de William Forsythe, un discreto pas de deux experimental que bailaba él mismo con su mujer, Eileen Brady en Stuttgart, tenía música de Mahler y se llamaba Urlicht (1976); la breve pieza le abrió las puertas de coreógrafo estable en esa compañía alemana. Tanto sirviendo para un funeral como para un ballet celebrador del amor, el Adagietto de la Quinta Sinfonía cuenta con más de 15 versiones coreográficas inventariadas. Hay que tratar aparte la compleja y fructífera relación entre John Neumeier y la música de Gustav Mahler. El director del Ballet de Hamburgo ha creado siete grandes ballets mahlerianos entre 1974 y 2011. Empezó con la Tercera sinfonía, le siguió la Cuarta (1975); Lieb und Leid und Welt und Traum (1980, reunía la Primera y la Décima), la Sexta en 1984, Zwischenräume (la Novena en 1994) y una revisión de la Décima en este mes de abril de 2011.

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