Una hora con Puyol es mucho
El capitán reaparece después de tres meses, juega su 26º clásico y se retira lesionado
El clásico es grande en sí mismo y, habitualmente, es una cita para los mejores. Seguramente por eso tenía que aparecer ayer Carles Puyol en escena. Llevaba tres meses fuera por culpa de un dolor que como vino se fue, una incómoda tendinopatía en el vasto externo de la rodilla derecha que le sobrevino jugando con la selección de Cataluña un partido contra Honduras el pasado 28 de diciembre. Hasta que hace dos semanas el capitán levantó la mano y le dijo al médico: "No me duele".
Guardiola sabía que, tan pronto dijera que estaba en condiciones, podía confiar en Puyol porque no cesó de trabajar ni un solo día, muchas veces mañana y tarde. "Cuando diga que está bien, no necesitará ni coger la forma", avisó hace un par de semanas el entrenador. Así que cuando hace 10 días dijo que estaba bien, ambos marcaron el día del regreso en el calendario. El capitán reapareció en el estadio Bernabéu.
Hace dos semanas, el capitán levantó la mano y le dijo al médico: "No me duele"
No cesó de trabajar ni un solo día, muchas veces mañana y tarde, para recuperarse
"Cuando miro atrás y le veo, tengo la sensación de que es imposible que nos pase algo malo", sostiene Xavi. "Le echábamos mucho de menos por tanto como nos aporta", tercia Iniesta. Y, entonces, sale Piqué y reconoce que extrañaba a su habitual pareja de baile. Él y el barcelonismo en pleno. Jugador de raza, líder por naturaleza, suele Mascherano compararle con Jamie Carragher, el capitán del Liverpool. "Son futbolistas distintos al resto. Tienen algo que les identifica con la camiseta como a nadie", explica El Jefecito, ausente en el partido de ayer por sanción. Puyol, más allá de cómo juegue, contagia simplemente por estar. Y ayer estuvo en el Bernabéu. Van 26 clásicos para el de La Pobla del Segur, 12 de ellos en Chamartín. Puyol también es un clásico.
Salió el primero a calentarse, lideró los ejercicios, tomó la palabra en el tradicional rondo antes de volver al camerino y, después, saludó a Casillas, a su amigo Iker, en el sorteo de los campos. Fue el último, sin embargo, en abrazar a Messi después de que el argentino cumpliera su tradición, marcara en el estadio madridista -ha mojado en las tres últimas visitas- y acabara con su mala racha contra los equipos de Mourinho, a los que nunca había hecho un gol. La primera vez que Puyol pisó el Bernabéu, el 26 de febrero de 2000, el Madrid marcó tres goles al Barça. Ayer fue muy diferente.
Puyol fue el primero en irse: en el minuto 67 se echó la mano al muslo y pidió el cambio. Sufre una contractura en los isquiotibiales de la pierna izquierda y aún no se sabe si podrá jugar en Mestalla, que acoge el miércoles la final de la Copa, que disputarán los mismos contendientes.
Mientras pudo, jugó bien Puyol, que ganó la mano a Di María la única vez que le encaró. Solvente en el pase en corto, nunca probó el largo ni buscó cortar la primera línea de presión. Explosivo en la defensa, dio la sensación de jugar con el freno de mano echado. Veterano, midió los tiempos y hasta que pudo lideró al equipo. Lo cierto es que tampoco el Madrid le encimó demasiado porque Mourinho pensó más en defenderse que en ir a por el partido. Es cierto que su hermano pequeño, Piqué, tuvo mucha más presencia, pero seguramente formaba parte del plan. Luego, cogió el testigo Busquets, que otra vez dejó el puesto de pivote para encajar como central. El plan no le fue nada bien al Barça porque se aflojó: perdió presión porque tampoco aguantó Pedro y reculó para suerte del Madrid, que no paró hasta que alcanzó el empate en una jugada que provocó la bronca de los jugadores azulgrana, que juraron una y otra vez que Alves no tocó a Marcelo, sino al balón. No perdonó Cristiano Ronaldo y el equipo de Mourinho logró el empate, ya sin Puyol en la cancha.
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