El 'grunge' nunca se fue
Una de las explicaciones al fenómeno grunge surgido en Seattle a principios de los noventa fue la de una reacción a la fanfarria de los ochenta. Tras tanta coreografía, el grunge aspiraba a devolverle a la juventud las ganas de morirse. Los ropajes debían ser andrajosos; la actitud, enfocada a la ataraxia, y la música, bipolar, entre el ruido y la melancolía. Extrañamente, ese cóctel sedujo a las marcas, y desde MTV hasta Calvin Klein decidieron sacar provecho comercial de ese cinismo juvenil hasta convertirlo en moda y, años más tarde, en motivo de mofa.
Hoy comprobamos que tal vez el grunge fuera el último movimiento que llegó para quedarse. Aunque hoy periférico, su ideario estético es ya un básico juvenil, su música aún arrastra masas, sus iconos cinematográficos vuelven y la novela generacional le ha dado la vuelta al alfabeto (de la z a la a), pero todo sigue casi igual. El grunge está tan asimilado -hay cosas que son muy grunge, pero jamás habrá algo muy trip-hop- que organizarle un revival se antoja estéril, a pesar de las múltiples evidencias que ofrece la cultura popular.
MÚSICA. Soundgarden editan su primer disco en directo (Live on I-5), fruto de la reunión de la banda después de 13 años. Pearl Jam no se han ido nunca y, a pesar de haber entrado en fase conmemorativa -20 años de Ten-, jamás han dejado de grabar y, sobre todo, de seguir aparentando ser una banda relevante. Incluso Alice in Chains volvió en 2009 en olor de multitudes deprimidas. El tapón generacional es total. Lennon estaba muerto cuando Noel Gallagher cogió su guitarra; Phil Spector languidece en la cárcel mientras se le convierte en icono indie, y el revival pospunk pilló a Gang of Four tan fuera de juego que cuando han reaccionado, este ya se había ido. Quien quiera ser grunge deberá compartir cartel con Pearl Jam, y así no hay manera de engañar a nadie.
CINE. Cameron Crowe, autor de Solteros, dirige el documental sobre los 20 años de sus amigos Pearl Jam. Mark Ruffalo, que no fue icono grunge (solo porque en 1992 aún era camarero), debuta como director con Sympathy for delicious, una mezcla de música y discapacidad física con Juliette Lewis en el reparto, que es como un Gilbert Grape 2.0. Mientras, a Winona Ryder (en la imagen), icono de la época, la veíamos como diva grunge de la danza en Cisne negro. Gus van Sant, autor del clásico de la época My own private Idaho, vuelve a los orígenes con Restless, un filme sobre un tipo que revienta funerales y en el que teoriza sobre la muerte, el amor y la desconexión con la realidad a través de amigos imaginarios y trabajos basura. No se puede ser más grunge.
MODA. De alguna manera, el grunge fue la última subcultura total, pero también la primera en ser engullida por el capitalismo prácticamente en tiempo real. No hay elemento del armario Seattle (cárdigans deshilachados, vestidos de muñeca con botas, ropa militar, camisas a cuadros, cazadoras de pana...) que no haya sido objeto de constante revisión, desde el lujo popular (Marc Jacobs, Tommy Hilfiger...) hasta la sección de básicos de las grandes cadenas. Para el éxito de cuaquier revival estético se necesita cierta indumentaria denostada, un punto de nostalgia que languidece entre bolas de naftalina y, sobre todo, un puñado de jóvenes que aún no se hayan puesto nada de lo que se quiere volver a vender. Así es imposible.
LITERATURA. En 1991 aparecieron Generación X, de Douglas Coupland, y American Psycho, de Bret Easton Ellis (en la foto). Uno parecía anunciar la llegada de una nueva realidad, y el otro, la despedida de la anterior, decidida a morir matando. Casi 20 años después, el canadiense retorcía sus dotes para la antropología adivinatoria en Generación A, la no secuela definitiva, mientras que Ellis publicaba Suites imperiales, una sí secuela de Menos que cero, acaso el libro sobre niños ricos aburridos y autodestructivos que predijo el nihilismo grunge. Hoy los protagonistas de ambos libros siguen siendo personajes tan disfuncionales como los de entonces. Así no hay quien avance.
FOTOGRAFÍA. A falta de pintores o de diseñadores de videojuegos, el grunge tuvo fotógrafos. Corinne Day propulsó la estética a través de una portada en The Face en 1990. Kate Moss, con 15 años, salía en tetas y fumando. Meses más tarde, la modelo firmaría por Calvin Klein y lideraría el heroin chic. Veinte años después, Moss es aún la segunda modelo mejor pagada. Day murió el pasado verano, pero la estilista de aquella sesión, Melanie Ward, lo es hoy para Balmain, firma que habitualmente homenajea al grunge. La rápida adopción por parte del mundo de la moda del ideario grunge provocó la era dorada del editorial de moda conceptual, sin prendas que enseñar, pero mucho arte y muchas pretensiones que exhibir.
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