La vida con el dial iluminado
Un libro repasa la historia de la radio gallega, nacida al calor de la lucha por el Estatuto
Los que en 1933 eran niños o adolescentes tal vez recuerden la voz de un joven Antón Fraguas recitando Parranda mariñeira, el poema que Bouza Brey había escrito un año antes para dedicárselo a Ricardo Carvalho Calero. Con la retransmisión del poema echaba a andar la primera emisora gallega, propiedad de la empresa Unión Radio y asociada a la SER desde 1939 junto a las que poco después, amparadas por la legislación de la Segunda República, fueron naciendo en Pontevedra, Vigo, Ourense y Lugo.
Habían pasado casi 10 años desde que los hermanos Juan y José Portela Seijo instalaron una radio experimental en la Acibechería de Santiago. Siete años antes, los emigrantes gallegos en Buenos Aires habían podido disfrutar de un programa especial, retransmitido desde Compostela, con motivo de la preparación del Estatuto. El vínculo entre la radio y la reivindicación de la autonomía no fue casual. Impulsando emisoras, los sectores afines al galleguismo se garantizaban la difusión de sus ideas. "Fueron años de mucho debate y actividad cultural en la radio", explica Manuel F. Rodríguez, coordinador de Galicia pola radio. A historia falada (1933-2008), un recorrido por los últimos 75 años del medio. La obra contiene, entre otras, las reflexiones de Xosé María G. Palmeiro -cuya voz sonó en los estudios de la SER, la Cope y Onda Cero- y de Mónica Rebolo, autora de una tesis doctoral, Bos días galegos. Eiquí sempre en Galiza, sobre el primer programa de la emigración locutado en la lengua propia. Cronologías aparte, las fotografías que acompañan a la obra remarcan la onmipresencia del medio en la vida diaria, así como el lento recorrido hacia la profesionalización del locutor.
Las emisoras de las parroquias rompen con los corsés que impone el régimen
"Ningún otro medio logra que la vida gire de la gente en torno a él", dice el autor
Entre las experiencias pioneras en la República y la programación encorsetada y sesgada impuesta por el régimen franquista -que concede a Radio Nacional la exclusividad para informar- pasan las primeras décadas de un medio que se consolida sin apenas conocer una verdadera libertad de prensa. En la década de los sesenta, la puesta en marcha de emisoras parroquiales, gestionadas por la Iglesia, trae, sin escapar de la corrección política, un soplo de aire fresco. "El gallego hace acto de presencia, se da cabida al folclore, a los cuentos y, sobre todo, a la gente". Sostiene Rodríguez que aquellas pequeñas emisoras adelantaron la conversión de la radio en un gran medio, a pesar de que la férrea censura del régimen obligaba a los ávidos de información a sintonizar emisoras como la Pirenaica.
"Ningún otro medio consigue que la vida privada gire en torno a él. La gente se fotografía con la radio, sale a pasear con el transistor o llama a las emisoras para dedicar canciones", relata Rodríguez. Palmeiro, que firma la "crónica sentimental" del medio para esta obra, cuenta que escuchó la radio y vio el mar por primera vez el mismo día, en A Mariña lucense. "El dial iluminado era lo único que se veía de noche en las aldeas", apunta Rodríguez. La vecina de Terra de Montes que Virxilio Viéitez fotografió al lado de un receptor para cumplir un trato hecho con el hijo emigrado prueba la consideración con la era recibida la radio en el mundo rural. A pesar del entusiasmo que desató la televisión, el afecto del público por este medio nunca fue equiparable al de la radio porque, piensa Rodríguez, "la pantalla es más fría, más evidente"
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