El aire también tiene un precio
Como sucede en muchas ocasiones, el Gobierno acierta cuando rectifica. La decisión de adjudicar en su mayor parte las nuevas frecuencias del móvil por el procedimiento de subasta, en lugar de recurrir al concurso como era su idea original, es uno de esos aciertos sobrevenidos. En primer lugar, porque los contribuyentes no entenderían que en tiempos de sacrificios y recortes, el Gobierno regalara unas frecuencias por las que las compañías -algunas de ellas las mismas que operan en España- han pagado miles de millones en otros países como Reino Unido o en Alemania. Aquí, por ejemplo, Telefónica, a través de su filial O2, pagó 1.380 millones por un bloque de frecuencias, del total de 4.400 millones que obtuvo el Tesoro germano en la subasta.
Por una vez, la razón está de parte del Gobierno en el debate que mantiene permanentemente con las operadoras, que le acusan de tener una voracidad recaudatoria hacia el sector, imponiéndole cargas fiscales tan arbitrarias como el canon con el que se financia RTVE tras eliminar su publicidad.
Al elegir por primera vez la subasta, el Ministerio de Industria no solo contribuye a llenar las maltrechas arcas del Tesoro, sino que apuesta por un método más transparente. Las frecuencias serán para el que más pague por ellas en la puja, mientras que en el concurso, sujeto a compromisos de inversión y de calidad de servicio difícilmente evaluables, siempre cabe la sospecha de la parcialidad o el favoritismo hacia uno de los concursantes.
Industria también se enfrenta a la crítica de que la licitación está diseñada a la medida de los tres grandes operadores (Telefónica, Vodafone y Orange), y dejará fuera a los que no disponen de red, en detrimento de la competencia. Para acallarlas, ha introducido a los dominantes unos límites máximos de frecuencias que pueden obtener en la subasta, y ha vetado la participación de Telefónica y Vodafone en los concursos. Para saber si eso es suficiente, habrá que ver cómo les va a alguno de los nuevos como Yoigo u Ono.
Con la explosión de Internet móvil, las frecuencias se han convertido en un tesoro para las operadoras que precisan cada vez de más ancho de banda para el creciente tráfico de datos (vídeos, navegación, descargas, etcétera). Aunque en puridad el espacio radioeléctrico sea solo eso, aire, tiene un precio. Y quien lo quiera, debe pagarlo.
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