Sus votos son la desgracia
Me llegan unas fotos. Deduzco que tienen que ver con el vídeo que nos conmocionó hace unas semanas. Pero no, son del año 2009: pasan los años (pasa la vida), permanece la desgracia (y cuando digo esta palabra siento cómo mi alma se apoya en el hombro de las palabras de Coetzee, encuentra ahí un incierto consuelo). He de verlas: por si tengo la tentación de no contarlas. Y esto enseñan: la primera, una caja de cartón abierta y, dentro de ella, varias bolsas de plástico, manchadas de sangre; en la segunda, sobre una tela blanca también ensangrentada, la cabeza, de perfil, de un cachorro de apenas dos meses, con una oreja cortada; la tercera es un detalle de ese corte y un ojo entreabierto, vidrioso, una lágrima; la cuarta muestra, desde arriba, sobre un plástico, el cogote del cachorro con sus orejas mutiladas; en la quinta, unos dedos con guantes de látex abren la boca del perrito para que podamos apreciar (aborrecer) las heridas de la lengua; hay una sexta, donde vemos que son dos, dos perritos; de lejos se dirían dos raras criaturas que nada tuvieran que ver con un cachorro.
En España, 100.000 personas se han echado a la calle contra el maltrato de animales
Estos dos cachorros fueron encontrados por una vecina de Badajoz que oyó lamentos en un contenedor. Dos años después, el Seprona, con la colaboración de ADANA (Asociación de Defensa de los Animales Abandonados) y de otras personas que han ayudado a su localización, ha detenido al presunto autor de los hechos: la salvajada, la barbarie, la inmunda crueldad. Un tipejo, un ser despreciable, un indeseable que guardaba en su domicilio grabaciones, correos y fotos de maltrato a animales. Las que he recibido las ha distribuido Justicia Animal, que se persona como acusación popular. Porque nuestra sociedad ya no tolera la indiferencia ante estos actos que ensucian el mundo, la vida, y ha decidido actuar. En primer lugar, haciéndose oír para exigir justicia, pues somos la voz de quienes no la tienen: esos cachorros y todos los animales maltratados en este país, esos cuerpos torturados (perros, gatos, toros, becerros) que se amontonan como un muro de vergüenza que nos separa de un futuro de ética y dignidad. Porque estas fotos llegan hoy, pero hace pocas semanas otro caso sobrecogió incluso a quienes estamos acostumbrados, entre comillas, a esta clase de desgracia, por nuestra implicación en la defensa de los derechos de los animales: el torturador de otros dos cachorros colgó en Internet un vídeo del martirio al que sometió durante horas a los perritos, y lo acompañó de un texto en el que explicaba, con escalofriantes detalles, el dolor, el terror y la muerte que les había causado. Uno de ellos ya estaba muerto. El otro, a quien el propio maltratador llamaba Schnauzi, nos miraba desde la pantalla con tal pánico en sus ojos, con tan desesperada inocencia, con una soledad tan injusta que indignó y avergonzó a miles de corazones, originando una movilización en la Red a la que se unieron personas y asociaciones de todo el mundo.
En España salió gente a la calle, de forma simultánea, en 55 ciudades: 100.000 personas en total. Solo en la plaza de Colón, alrededor de 3.000. Porque, por su horrible crudeza, el caso de Schnauzi, que solo conoció en su corta vida el sadismo de su maltratador ha sido la gota que ha colmado un vaso demasiado lleno y se ha convertido en indeseado símbolo de nuestra repulsa. Pues gran parte de estos casos se producen porque los maltratadores se amparan en la impunidad, se sienten seguros en la indiferencia que sus actos provocan entre políticos y legisladores: el maltrato y asesinato de un animal tan solo tiene una pena de tres meses a un año de cárcel, que, sin antecedentes, solo será una multa. Leyes culpables.
El torturador y asesino de Schnauzi sigue libre, quizás planeando otra atrocidad, quizás ya cometiéndola en un indefenso perrito, en otro animal o en alguien de nuestra propia especie. Está comprobado: la doctora y criminóloga Núria Querol ha demostrado que un 42% de asesinos y violadores comenzaron su experiencia criminal mostrando crueldad hacia los animales, falta de empatía, falta de compasión.
¿Por qué, entonces, la indiferencia de nuestros políticos? Por insensibilidad. Y porque endurecer las penas por maltrato a los animales conlleva además asumir, por ejemplo, que convertir un becerro, es decir, un cachorro de vacuno, en un amasijo aterrado y sanguinolento en la plaza de un pueblo y a la vista de niños es algo intolerable que hay que prohibir. Y temen perder votos. Pero, ¿quieren esa clase de votos, esa clase de sociedad? ¿Quieren, pues, nuestra desgracia?
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