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Columna
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Ya se acabó el alboroto

Bueno, ahora que ya han firmado la mascletà de la paz Camps, Rajoy y Barberá desde el balcón del Ayuntamiento, será llegado el momento de ponerse a trabajar en serio, digo yo. Por ejemplo, de ocuparse de minucias como la Sanidad, la Educación, la Dependencia, y otros asuntos engorrosos pero de mucho interés. Como Calatrava, por ejemplo, cómo vamos a olvidarnos de Calatrava al ver cada día la pesadilla arquitectónica de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y a sabiendas de que el maestro parece capaz de embolsarse algún que otro millón de euros a cuenta de obras no ejecutadas. Pero lo más probable es que ahora dediquen todos sus esfuerzos no a remediar lo hecho sino a ver cómo pueden seguir haciéndolo impunemente, campaña electoral mediante, trámite que (para mis adentros, y mal que me pese) tienen ganado de antemano. Aunque si hay que ponerse en faena, se pondrán, vaya si se pondrán. Y se pondrán aduciendo lo de siempre: que si esta Comunidad es la envidia del mundo, que si Camps es el mejor presidente que jamás haya tenido cualquier región, pueblo o tribu lastrada por la desdicha de sobrevivir en nuestro planeta, y demás hipérboles que igual dan por ciertas y sabidas, lo que es grave, o lo mismo las formulan a sabiendas de su arbitrariedad, posibilidad poco probable pero que sugeriría al menos cierta cordura.

Y cuando se pongan el espectáculo será tremendo, una temible selección de ninots parlantes más molestos que una buena petardada de madrugada pero no menos impunes, encantados de haberse conocido, o reconocido, una colección de sonrisas, risitas y risotadas subrayadas por el cachondeo de las palmaditas en la espalda y el prolongado apretón de manos orientados, como una chuleta de colegial, a musitar un no te olvides de lo mío, una serie impagable de entradas fastuosas en el escenario seguidas del delirio de inolvidables, aunque breves, despedidas. Y los aplausos, señor, con lo que duelen en las palmas de las manos cuando son auténticos, sobre todo a los adictos a los anillos voluminosos.

El otro día, en un programa de tertulianos de mediodía, uno de ellos sugirió que en el caso valenciano ganarían las municipales y las autonómicas los que ya gobiernan, debido a que el personal da por hecho que la derecha es más proclive y está más habituada que la izquierda a dejarse llevar por las corruptelas, así que lo ven como algo tan natural que ya cuentan con ello. Quizás no sea una aseveración afortunada, pero todavía es peor cuando esa frecuente inclinación política parece pasar la barrera de las ideologías para instalarse sin más en lo real. Es decir, que si uno es nombrado concejal de Urbanismo en un Ayuntamiento, antes o después actuará exactamente como un concejal de urbanismo, si no es que se ha presentado al cargo bajo esa perspectiva. Y el resto es silencio.

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