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Elecciones municipales
Columna
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La puerta de la izquierda

Una de las pocas cosas que todavía me sorprende en política es encontrarme a un antiguo dirigente, que tuvo relevancia en otras épocas, agazapado en un cargo menor. Es descubrirlo y soltar de inmediato una pregunta con la boca pequeña: ¿Este hombre qué hace aquí? La mayoría de las veces, la respuesta es idéntica: "Cuando le quitaron de tal sitio, le buscaron una salida". Buscar una salida forma parte de una filosofía política que se resume en una frase: "A la gente no se la puede dejar tirada".

Bajo la premisa de no dejar tirado nunca a nadie, los partidos llevan años acumulando a muchos mismos dirigentes en cargos de la trastienda del poder. Por eso no resulta complicado imaginar cuántas responsabilidades están en manos de personas, que tras una larga trayectoria política, siguen en algún lugar del poder por el exclusivo mérito de premiar su lealtad o los años de trabajo al partido. Se suele camuflar con otra frase muy repetida: "Es para aprovechar su experiencia". Esto, amén de facilitar la docilidad del dirigente frente al partido, conlleva un problema añadido: las renovaciones se hacen colocando también a los renovados, lo que deja escasos huecos para instalar a los nuevos dirigentes.

Por no dejar a nadie tirado, las delegaciones de las consejerías, los eslabones intermedios de las diputaciones, las candidaturas a las alcaldías, están plagadas de militantes que salieron por una puerta y entraron de inmediato por otra. Así como puestos de la Administración, al frente de los cuales hay acomodados dirigentes cuya única aspiración cada mañana es arrancarle una hoja al calendario y poder sumar un día al cómputo para la jubilación. La política está llena de profesionales que fueron médicos el día que se inventó la penicilina y todavía no han vuelto a recetarla, o maestros que pidieron una excedencia recitando los reyes godos y aún no se han incorporado a las aulas. Por no decir de aquellos que descubrieron la vocación por la política y acabaron convirtiéndola en una profesión, a falta de poder colocar otra actividad en el currículo.

Todos los escándalos políticos tienen algo en común. En la mayoría de los casos, la presencia de uno o varios protagonistas que llevaban o llevan demasiado tiempo en el cargo. El fraude en las ayudas públicas a los expedientes de regulación de empleo en Andalucía, además de un escándalo monumental que exige responsabilidades penales y políticas, tiene un poco de esa filosofía de no dejar tirado a nadie. En sus inicios y en la polémica que lleva transcurrida. La inclusión en los ERE de dirigentes del PSOE que nunca habían trabajado en la empresa que se jubilaban, es una práctica tan burda y lamentable -además de escandalosa e ilegal- que, en algunos casos, solo se puede entender desde el pago a los servicios prestados. A quién se le puede ocurrir meter de polizón en un ERE a un dirigente político, si no es desde la base de que a la gente hay que darle una salida cuando ya la única salida que queda es la pensión por jubilación.

Los socialistas se equivocaron al rechazar una comisión de investigación en el Parlamento andaluz sobre los ERE. El rechazo, siempre lleva aparejada la sensación ciudadana de que hay algo que ocultar. Aunque las comisiones de investigación están desvirtuadas, esta vez tocaba una. El presidente Griñán y el consejero Recio decidieron optar por entregar a la juez toda la documentación -para disgusto de algunos compañeros de su partido-, y hacer pública la investigación interna, aunque fuera minimizando los datos a través de porcentajes. El problema del PSOE es que sigue empeñado en no cambiar la filosofía política, esa de que a la gente no se le puede dejar tirada, cuando lo adecuado en este asunto es darle una salida a los afectados. La primera a la izquierda, según se sale de la casa del pueblo. O sea, la puerta de la calle.

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