El Villarreal gana casi sin querer
Un gol de Marco Ruben decide un duelo vulgar ante un Athletic rutinario
Hay partidos que desde el nacimiento se sabe cómo van a crecer. Ni un ápice de variables en el comportamiento ni un cambio de planteamiento (bueno, quizás alguno). Cada cual, a lo suyo por la vida y a ver qué pasa. Son partidos rutinarios, como el de ayer en San Mamés, entre un Villarreal apocado, pero fiel a sí mismo, y un Athletic extraviado, pero fiel a sí mismo. Premio a la fidelidad, pero ni uno ni otro ganarán un Oscar al mejor guion ni a la mejor interpretación. Si acaso, tiene un pase la rectificación de Garrido al centrar en la segunda mitad a Borja Valero para que inventase algo que no fueran las cabriolas de Rossi, desabastecido, exhausto, casi aburrido. Caparrós no llegó a eso. Tiró del catón y metió delanteros cuando se vio en inferioridad tras el gol de Ruben; por cierto, después de una buena acción de Borja Valero por el centro. Caparrós tenía a Muniain por la banda izquierda, como un semáforo intermitente, y a De Marcos como un semáforo averiado por el agobio de los centrales del Villarreal. Garrido cambió de sitio a Valero y Caparrós dejó en el sitio a Muniain. Y ganó el Villarreal.
No fue el partido que se esperaba, aunque se le asemejara en la estrategia
El Athletic lleva tanto tiempo vistiendo igual que se siente elegante, sobre todo cuando Llorente puede con los centrales (a los dos minutos, pudo golear marcando el territorio aéreo) y cuando David López se dedica a ejecutar los libres indirectos. El problema es que el fútbol es más que el libre indirecto o las jugadas de estrategia o el remate poderoso.
El Villarreal abonó el centro del campo con jugadores poderosos como Marchena y Bruno, más preocupados de los enemigos que de los amigos. No era el equipo de toque que acostumbra, sino una tropa más aguerrida que invirtió tres cuartos de partido en contener la ofensiva de un rival más eléctrico que tecnológico.
El Athletic cree más en su competitividad que en su creatividad. Lo primero es asunto de todos. Lo segundo es más limitado, a tipos como Muniain o Llorente. Demasiado desequilibrio ante un rival avezado, aunque gris, que, sin embargo, supo aprovechar literalmente su oportunidad mientras que el Athletic malgastaba su sudor con una toalla vieja.
No fue el partido que se esperaba, aunque a veces se le asemejara en la estrategia. Eran equipos fieles a sí mismos antes, durante y después. El Villarreal queriendo controlar el balón, sin conseguirlo, y el Athletic queriendo imponer el corazón, sin conseguirlo más que ocasionalmente.
El balance de oportunidades, ciertamente, fue desigual. Fabricó más el Athletic, por insistencia, pero las dilapidó con demasiada alegría, y las gestionó mejor el Villarreal, al que le bastaron un par para llevarse el gato al agua.
¿Y si Caparrós hubiera optado por dar más campo a Muniain para zascandilear entre las líneas del Villarreal? Nunca se sabrá. Lo que se sabe es lo que ocurrió cuando Borja Valero se sintió libre para mirar a ambos lados del campo y superar la tortícolis de una sola mirada.
Aun así, pudo el Athletic, por el frenesí de Javi Martínez, por el poderío de Llorente, por la insistencia de Iraola y por la habilidad de Muniain, igualar el sorprendente gol de Ruben aprovechando ese afán que tienen algunos defensas por mirar al delantero en vez de al balón.
El Villarreal, tras eliminar al Bayer Leverkusen, cogió en Bilbao el grado de autoestima que necesitaba para aguantar su puesto en la Champions. Sobre todo, tras una victoria en siete partidos. El Athletic ya se olvida de la quimera. Su crisis futbolística amenaza, no obstante, la Liga Europa. Le quedan nueve partidos. ¿Muchos?
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