Tono vital europeo
El debate sobre la política económica de hoy -ajustar para crecer o crecer para ajustar- está presente de modo central en la encuesta elaborada por el diario británico The Guardian para la serie que realiza con Le Monde, Der Spiegel, Gazeta Wyborcza y EL PAÍS (véase EL PAÍS del 14 de marzo de 2011), sobre las claves políticas y económicas de los países en los que residen estos cinco medios de comunicación (Reino Unido, Francia, Alemania, Polonia y España). Una mayoría de ciudadanos, el 59% (que en España es el 54%), está "totalmente de acuerdo o más bien de acuerdo" en que el Gobierno debe asegurarse de que la economía se recupera antes de comenzar a recortar el gasto público; un 19% (que en nuestro país es el 22%) está contra esa afirmación, y el 19% (21% en España) "ni está de acuerdo ni en desacuerdo".
Sube la desconfianza sobre la capacidad de los Gobiernos y de las oposiciones para arreglar la economía
Según estas respuestas, la mayor parte de los ciudadanos no participa de la política económica dominante, que ha empezado a recortar gastos antes de que una recuperación económica sostenible esté asegurada. Esta desavenencia entre la mayoría y las decisiones que toman las autoridades políticas tiene que ver con el desapego que manifiestan los encuestados respecto a sus representantes políticos: los europeos no confían en la capacidad de los políticos para solucionar los problemas que aquejan a sus respectivos países. Ni en los que están gobernando ni -lo que es peor- en los que están en la oposición y aspiran a hacerlo. Lo cual plantea una crisis de representatividad y de liderazgo muy importante.
De la lectura de las encuestas publicadas se pueden desprender otras posibles interpretaciones a este alejamiento entre ciudadanos y política, además de la ya indicada disidencia sobre las medidas de ajuste de la política económica. La primera es la sospecha de que el mundo de los políticos está infectado de casos de corrupción: un 89% de los encuestados (91% en España) no confía mucho o nada en que los políticos nacionales, ya sean del Gobierno o de la oposición, actúen "con honestidad e integridad". La segunda sería la creciente sensación de que los políticos nacionales no son autónomos para tomar las medidas que se precisan para sacar a sus países de la crisis, en beneficio de nuevos poderes fácticos como los mercados o los especuladores, o de otros políticos o tecnócratas que solo son electos en segunda derivada y que toman sus decisiones más allá de las fronteras (el Banco Central Europeo, la Fed, Bruselas, Wall Street, la City, etcétera); es decir, que aunque los gobernantes se decidieran a tomar una serie de medidas alineadas con la opinión mayoritaria de sus ciudadanos, no podrían instrumentarlas si esas decisiones fueran contrarias a las que se toman en lugares alejados de las sedes de los Gobiernos o de los Parlamentos nacionales.
Estas tendencias, que revelan una peligrosa y creciente desconfianza hacia los políticos y su honestidad, y hacia los políticos y su eficacia, afectan a la calidad de la democracia. Sobre todo, si no se explican.
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